Chilam Balam de Chumayel

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Prólogo
Mercedes de la Garza

Este saber llegó hasta nosotros a pesar de la hoguera de los españoles, de la furia destructora de los hombres. Porque la palabra de Chilam Balam no es solitaria: es la expresión de un pueblo entero, su alma, su vida. Lejana, enigmática, la voz del oráculo maya continúa leyendo para nosotros el mensaje del tiempo, inscrito en el cielo, entre las estrellas.
Prólogo de J.M. Le Clézio a su versión francesa del Chilam Balam de Chumayel

Los libros son hoy, para nosotros, algo familiar, conocido; en principio, están al alcance de todos porque leer y escribir pueden ser adquisición común. Pero para los hombres antiguos, la escritura era algo que sólo unos cuantos podían conocer; estuvo al servicio de lo sagrado, por lo que ella misma era sagrada. Así, los libros fueron objeto de veneración ya que contenían los conocimientos revelados por los dioses, las leyes divinas o la historia de los grandes hombres y los acontecimientos más significativos de un pueblo, que por lo general eran determinados por los dioses. Tal es el caso de La Biblia, El Corán, El Tao Te Ching, Los Vedas y El Zend Avesta, por ejemplo. Los libros eran, además, anónimos porque no tenían una significación personalista y los autores no eran más que los transmisores de la voluntad divina y de una herencia espiritual.

Entre los indígenas prehispánicos de Mesoamérica, los textos escritos tuvieron esa misma significación de algo sagrado. No sabemos si se consideraban como revelaciones de los dioses, pero sí que eran elaborados por los sacerdotes, únicos miembros de la comunidad que manejaban la escritura, y que los textos eran reverenciados como objetos divinos. En ellos estaban los principios religiosos y morales de la comunidad, la verdad que se debía seguir, el ejemplo de los antepasados y las prescripciones de los dioses. Por ello, los libros sagrados eran leídos en las ceremonias religiosas por algunos sacerdotes, haciendo así consciente a la comunidad entera del sentido de su existencia.

Los grupos mayanses, que constituyen hasta hoy alrededor de veintiocho etnias con distintas lenguas, crearon una escritura tan compleja, que ha sido considerada como la más desarrollada de América. Empleando esta escritura elaboraron textos labrados en piedra, modelados en estuco, pintados en murales y en cerámica, bordados en los vestidos y pintados en los códices o libros de papel de amate, que se doblaban en forma de biombo. Estos códices eran llamados Anahte por los mayas yucatecos y sólo han pervivido tres, el Dresde, el París y el Madrid, que se encuentran en las ciudades de donde han tomado estos nombres; en cambio se conservan cientos de textos en piedra y en estuco. Ello se debe a que, por una parte, los códices son más frágiles y, por la otra, fueron considerados por los españoles conquistadores, como algo que contenía las enseñanzas del demonio, por lo que fueron destruidos, al mismo tiempo que se perseguía y castigaba, a veces con la muerte, a aquellos que los sabían leer.

Así, con la Conquista española se perdió el conocimiento de la escritura maya. Pero un pueblo de fuertes tradiciones religiosas y un espíritu altamente conservador como el maya no podía prescindir de sus libros sagrados, eje de su identidad. Por eso, algunos mayas nobles que habían sido educados por los frailes españoles y habían aprendido el alfabeto latino se propusieron preservar sus tradiciones, historia y creencias religiosas, escribiendo libros en sus propias lenguas, pero con la nueva forma de escritura traída por los conquistadores. Este movimiento conservador se dio en toda el área maya, ya que durante el siglo XVI surgen libros indígenas en las comunidades tanto de Guatemala, como de Chiapas, Yucatán y Tabasco.

En toda esta producción literaria se pueden distinguir dos clases de libros: los que se escribieron con fines legales, a veces solicitados por las autoridades españolas, y los que constituyen los nuevos libros sagrados de la comunidad. Los primeros servían para obtener privilegios, tales como la disminución de los tributos, y para conservar las tierras legadas por los antepasados. Eran, por tanto, títulos de propiedad, y. como se trataba de mostrar la antigüedad en la posesión de las tierras, hablan del origen de los linajes y de los principales acontecimientos históricos; asimismo, precisan los límites y la extensión de los territorios. Los autores procuraron complacer a las autoridades españolas haciendo expreso que habían asimilado las enseñanzas de los frailes, por lo que muchas veces se dicen descendientes de Noé y presentan versiones de la historia bíblica del pueblo hebreo, en vez de los hechos reales de su pasado, que verosímilmente conocían a través de los antiguos libros sagrados.

Pero también se escribieron otros libros, surgidos de otra necesidad, tal vez más importante para ellos que el de defender sus tierras: la de conservar la herencia espiritual de sus antepasados, su religión y sus costumbres, que habían sido invalidadas por los españoles. Surgen así nuevos libros sagrados, que vinieron a sustituir a los antiguos códices, porque en ellos se reprodujeron los mitos de los dioses y la historia de los antepasados; y además, se puso por escrito la tradición oral heredada de padres a hijos, la explicación que los antiguos sacerdotes daban de los códices, así como los acontecimientos y las vivencias de ese momento.

Estos nuevos libros no tenían una principal finalidad legal, como los títulos de propiedad, sino que fueron destinados a ser leídos en ceremonias de la comunidad indígena, en las cuales también se llevaban a cabo ritos como ofrendas, sacrificios, cantos y bailes de tradición prehispánica. Estos actos, que buscaban la conservación de la herencia espiritual indígena, eran secretos, y los que participaban en ellos eran perseguidos y muertos por los españoles, quienes los consideraban como prácticas demoniacas que atentaban contra la "verdadera religión". Por ello, los libros eran celosamente guardados por alguna familia principal del poblado y se heredaban de padres a hijos.

Así, su existencia se desconoció hasta el siglo XVIII, cuando por azar, o por el interés de algunos estudiosos en localizar antiguos manuscritos, se empezaron a encontrar los que conocemos ahora, de los cuales los más importantes son el Popol Vuh de los quichés, el Memorial de Sololá de los cakchiqueles y los Libros de Chilam Balam de los mayas yucatecos.

El Popol Vuh, escrito en el siglo XVI, fue descubierto en posesión de los indígenas del pueblo de Santo Tomás Chuilá, hoy Chichicastenango, Guatemala, por el padre fray Francisco Ximénez a principios del siglo XVIII. Ximénez lo tradujo y lo incluyó en su obra histórica, pero también transcribió el texto en la lengua indígena. Este manuscrito permaneció olvidado en el archivo del convento de Santo Domingo, hasta que en 1854 fue encontrado por el doctor Carl Scherzer, quien lo publicó en Viena en 1857. Actualmente se encuentra en la biblioteca Newberry de Chicago.

El Memorial de Sololá o Anales de los cakchiqueles fue también escrito en el siglo XVI y conservado en el pueblo de Sololá, junto al lago Atitlán en Guatemala, hasta que llegó a las manos del padre fray Francisco Vázquez a fines del siglo XVIII; Vázquez también escribió una historia utilizando el libro indígena, que quedó en los archivos religiosos. Posteriormente, fue traducido al francés por el abate Charles Etienne Brasseur de Bourbourg en 1855. Juan Gavarrete, estudioso de documentos históricos de los archivos civiles y eclesiásticos, lo tradujo al castellano y lo editó en 1873.

Así, fue en el siglo XIX cuando estos importantes textos indígenas del siglo XVI fueron dados a conocer.

Y en cuanto a los libros sagrados de los mayas yucatecos, éstos son conocidos con el nombre de Chilam Balam, aunque al parecer no fue éste el título original. La palabra Chilam significa "el que es boca", o sea, el que profetiza; los chilames eran los sacerdotes profetas que interpretaban los libros antiguos para elaborar las profecías, en las que daban al pueblo el conocimiento de lo que acontecería, ya que al pensar que el tiempo tiene un ritmo cíclico, los acontecimientos se repiten. Se les consideraba como intérpretes de los mensajes de los dioses, como lo expresa la siguiente profecía:

Ésta es la memoria de cómo vino Hunab Ku, Deidad única, Oxlahun Tiku, Trece-deidad, deidad inmensa... a decir su palabra a los Ah Kines, Sacerdotes-del culto-solar, profetas [sic], Chilames Balames, Brujos-intérpretes... entonces aconteció el hablar en la casa de! Chilam, intérprete; les fueron dichas palabras de aviso y consejo, fue revelada la medida de las palabras... La razón por qué se le llama Chilam Intérprete, es porque el Chilam Balam, Brujo-intérprete, se acostaba tendido, sin moverse ni levantarse de donde se echaba, en su propia casa. Pero no se veía el rostro ni la forma y tamaño de quien hablaba encima del edificio de la casa, a horcajadas sobre ella... decían que Hunab Ku, Deidad-única...1

De este modo, tendidos de espaldas, los sacerdotes repetían los mensajes de los dioses, predecían el futuro. Balam significa "jaguar" o "brujo", y es un nombre de familia; así Chilam Balam fue un taumaturgo concreto, un sacerdote del pueblo de Maní que parece haber vivido poco antes de la Conquista y que tenía gran reputación como profeta. Al lado de otros sacerdotes, llamados Napuctun, Ah Kauil Chel, Nahau Pech y Natzin Yubun Chan, predijo la llegada de una nueva religión, por lo que después de la Conquista su profecía se interpretó como un aviso de la llegada de los españoles y el cristianismo.2

Estas profecías están incluidas en los libros sagrados, de donde derivó el llamarles Chilam Balam. Cada poblado escribió su propio libro, por lo que hay Chilam Balames de Maní, Tizimín, Chumayel, Kaua, Ixil, Tekax, Nah, Tusik, y se tienen referencias de Chilames de Teabo, Peto, Nabulá, Tihosuco, Tixcocob, Telchac, Hocabá y Oxkutzcab.

Por tanto, la iniciativa de escribir nuevos libros en lengua indígena utilizando la escritura enseñada por los españoles, fue común a toda la península de Yucatán, como fue común a toda el área maya. Y aunque los libros de Yucatán son distintos a los de Guatemala en el estilo, la estructura e incluso el contenido, en todos hay el afán de evitar que se pierdan las tradiciones religiosas y la memoria del pasado. Todos ellos constituyen una forma de continuidad del ser y la identidad propios del pueblo maya en el momento de la imposición española de una nueva religión y unas nuevas formas sociales, políticas y económicas, que redujeron a ese pueblo a la servidumbre en sus propios territorios. Tal es, a nuestra manera de ver, el principal mérito de esos libros sagrados, muchos de los cuales deben conservarse hasta hoy en poder de las comunidades indígenas, como lo prueba el hecho del hallazgo de uno de ellos en 1973, el de los quichés de Totonicapán, Guatemala.3

Los Libros de Chilam Balam fueron escritos en papel europeo, en forma de cuadernos, a veces con tapas de vaqueta. Por lo general son recopilaciones de textos diversos redactados en diferentes épocas, a partir del siglo XVI. Hay escritos míticos (unos mayas y otros cristianos), históricos (principalmente acerca de la trayectoria de los Xiúes y los Itzaes), proféticos, rituales, médicos, astronómicos y cronológicos (tablas de la serie de katunes, con su equivalente cristiano, explicaciones del calendario indígena y de los eclipses; además hay otros textos astronómicos donde se revelan las ideas europeas del siglo XVI); textos literarios y otros diversos no clasificados.

Barrera Vásquez y Silvia Rendón aseguran que los textos religiosos e históricos propiamente indígenas fueron copiados de antiguos códices, lo cual es bastante verosímil, ya que la cantidad de datos, nombres y fechas exactas, no pudieron haberse guardado únicamente en la memoria. La historia de los Itzaes, por ejemplo, arranca de un katún 8 Ahau correspondiente a 415-435 d. C. Eso mismo ocurre en los libros de Guatemala: el Popol Vuh asegura que existía un libro original del cual se ha tomado la narración del origen del mundo.

Los libros eran guardados por alguna familia principal del pueblo, y cuando se deterioraban eran copiados, lo que dio por resultado errores de transcripción y el que se añadieran palabras y frases. Asimismo, se fueron integrando textos nuevos, según el criterio de los depositarios. Las versiones conocidas, por consiguiente, no son las originales del siglo XIV, sino copias de copias realizadas en la última parte del siglo XVII y en el siglo XVIII.

El Chilam Balam de Chumayel procede de Chumayel, distrito de Tekax, Yucatán. Se supone que el compilador fue un indígena llamado Juan José Hoil, de Yucatán, ya que su nombre aparece en la página 81 del manuscrito, al lado de la fecha 20 de enero de 1782, pero es claro que posteriormente participaron otras personas que interpolaron diversos textos. Luego el libro pasó a la posesión de algún sacerdote o de su secretario, llamado Justo Balam, quien inscribió dos registros bautismales en una de las páginas en blanco que el libro tenía, en 1832 y 1833. En 1838 pasó a manos de Pedro de Alcántara Briceño, de San Antonio, quien hizo un registro sobre la misma página, expresando que había comprado el libro "en su pobreza", por el precio de un peso, probablemente a un sacerdote, que tal vez fue Diego Hoil, el hijo del compilador original.4

En algún momento de los siguientes diez años, el libro de Chumayel fue adquirido por Audomaro Molina, y de él pasó a don Crescendo Carrillo y Ancona, obispo de Yucatán. En 1868 fue copiado a mano por el doctor Cari Hermann Berendt y varios fragmentos de esa copia fueron publicados por Daniel Brinton en su obra Maya Chronicles. (Juan Martínez Hernández publicó una traducción al español de esas crónicas y de varios fragmentos del libro en 1912, 1913, 1927 y 1928.) En 1887, fue fotografiado por Teobert Maler, y después de la muerte de Carrillo y Ancona, en 1897, pasó a Ricardo Figueroa.

En 1910, George B. Gordon, director del Museo de la Universidad de Pennsylvania, hizo una reproducción fotográfica y lo editó en forma facsimilar en 1913, devolviéndolo a Figueroa, en cuya casa lo vio en 1913 Sylvanys G. Morley, distinguido arqueólogo mayista. A la muerte de Figueroa, en 1915, el manuscrito pasó a la Biblioteca Cepeda de Mérida, y cuando Morley visitó dicha biblioteca en 1918, el libro sagrado de Chumayel había sido robado junto con otros manuscritos. Afortunadamente quedaban las fotografías de Maler y de Gordon.

En 1938 apareció en venta en Estados Unidos por la cantidad de 7 000 dólares, y después fue ofrecido a Morley por 5 000 dólares.5

La primera traducción completa de la obra fue la versión en español de Antonio Mediz Bolio, editada en Costa Rica por el Repertorio Americano en 1930. La segunda versión completa fue la de Ralph L. Roys, en inglés, editada por la Carnegie Institution de Washington en 1933.

En 1931, William Gates, que coleccionó gran número de manuscritos originales o reproducciones fotográficas, publicó una versión suya de algunos fragmentos en el Maya Society Quarterly, vol. 1. Varios fragmentos fueron incluidos en la versión que Alfredo Barrera Vásquez y Silvia Rendón hicieron de los Libros de Chilam Balam en 1948, y que el Fondo de Cultura Económica editó bajo el nombre de El libro de los libros de Chilam Balam. En 1955, Peret lo traduce al francés, y J.M. Le Clézio hace otra versión al francés llamada Les Prophéties du Chilam Balam, que publica Gallimard, en 1976. .

La Universidad Nacional Autónoma de México edita la versión de Mediz Bolio en la Biblioteca del Estudiante Universitario, número 21, en 1941, con una nueva Introducción del traductor; en 1952 y en 1973 se hacen la segunda y la tercera ediciones. La misma versión se reedita en 1980, en la antología titulada Literatura maya, preparada por Mercedes de la Garza para la Biblioteca Ayacucho, de Caracas, Venezuela.

En cuanto al contenido del Chilam Balam de Chumayel, la mayor parte de los textos es religiosa, destacando los fragmentos relativos al mito cosmogónico, sin aparente conexión entre ellos; tal vez se refieren a las distintas catástrofes cósmicas, que encontramos en los mitos de otros grupos, como los quichés y los nahuas. Otros son textos rituales, profecías de los katunes, fórmulas simbólicas de iniciación religiosa, como el "Lenguaje de Zuyúa"; textos calendáricos y astronómicos, e históricos sobre los principales grupos de Yucatán y sobre la Conquista española. La obra termina con las famosas profecías acerca de la llegada de una nueva religión, atribuidas a Chilam Balam y otros taumaturgos.

Los escritos míticos y proféticos están redactados en un lenguaje arcaico, altamente simbólico y multívoco, empleándose metafóricamente objetos, colores y seres naturales para expresar las ideas; además, abunda el uso de fórmulas sintéticas, por lo que los textos tienen un carácter esotérico o secreto que busca ocultar a los profanos su verdadera significación. Como en muchos libros sagrados, hay paralelismos (repetición de un mismo pensamiento en diferentes términos), redundancias y enumeraciones, que dan a los textos un ritmo propio para ser recitado o cantado.

Por el contrario, los fragmentos históricos buscan asentar escuetamente el hecho y la fecha de su acaecimiento —como debieron registrarse los datos históricos en los antiguos códices, para ser después relatados al pueblo en forma narrativa—. Aquí hay un afán de claridad y precisión que contrasta con el lenguaje metafórico de los textos religiosos; los escritos históricos nos expresan, además, que en la época colonial todavía se registraban los acontecimientos para que sirvieran de base en la predicción del futuro, según el concepto cíclico de la historia que tuvieron los antiguos mayas. Por ejemplo, el 18 de agosto de 1766 se registró una tormenta de viento, y el escritor afirma: "Escribo su memoria para que se pueda ver cuántos años después va a haber otra."

Las narraciones de la Conquista española destacan por su dramatismo, lo que nos corrobora que los libros se escribieron con una actitud defensiva y con el afán de afirmar las antiguas creencias y "desterrar el cristianismo", así como los españoles pretendían "desterrar la idolatría". Vemos en estos fragmentos, dolorosos lamentos por la llegada de los españoles, indignación y desprecio ante su actitud rapaz y ante su lujuria, que se expresa con el símbolo de la flor de mayo. Estos temas revelan, así, las preocupaciones centrales de los mayas de Chumayel que quisieron expresarlas por escrito para que no fueran olvidadas por sus descendientes.

Respecto de las traducciones completas hechas directamente del maya, podemos decir que la versión de Roys, que se acompaña de la transcripción del texto maya, es el resultado de un complejo trabajo crítico que incluyó un cotejo con otros Chilames, principalmente el de Tizimín y el de Maní, ya que el autor obtuvo de Gates fotografías de los tres libros. Roys expresa que la obra es muy difícil de traducir, ya que el lenguaje es oscuro, fundamentalmente porque se trata de un lenguaje arcaico con términos ya obsoletos, sobre todo los nombres de deidades y de plantas, que son desconocidos hoy. Al carácter simbólico del texto se aúna el hecho de que se intercalan palabras en latín y frases estereotipadas. Por otra parte, los autores cometieron errores de escritura; por ejemplo, en el empleo de la letra c (en vez de z), ocasionalmente omitían la cedilla. Además, muchas palabras están separadas arbitrariamente: la misma palabra se divide en diferentes formas en la misma página. Otro problema es que el significado de las frases puede ser leído de tres maneras diferentes, por lo que es necesario tomar en consideración el contexto, y comparar con fragmentos paralelos de otros libros indígenas, así como recurrir a fuentes españolas coloniales, como diccionarios y crónicas; a evidencias arqueológicas, datos etnológicos y aspectos lingüísticos de otras lenguas. Todo ello resulta mejor que acudir a hablantes del maya, quienes desconocen muchos términos. Roys, con base en todas estas dificultades, estableció un texto crítico antes de hacer la traducción formal.

En cuanto a la versión en español que aquí presentamos cabe decir que Antonio Mediz Bolio, conocedor de la lengua maya, buscó hacer una traducción clara, pero conservando "toda la fuerza literal de la expresión maya". Sin embargo, a veces parece preferir la belleza de la expresión a la significación literal, de lo que resulta una versión poética profundamente emotiva. De su labor, el propio traductor nos dice:

Es cierto que algunas veces, sobre todo cuando se cruza por la maraña sintética de los textos religiosos arcaicos, es preciso interpretar un poco, al mismo tiempo que traducir literalmente y que, en ocasiones, se tropieza con la dificultad de poder encontrar, en la precisión, a veces demasiado rígida, de nuestros vocablos, la representación propia del sentido maya auténtico, muchas veces sutilísimo y abstracto, que, especialmente en los conceptos religiosos, más bien sugiere que expresa y que casi nunca deja de tener fina intención alegórica y esencia oculta.

Pero puedo decir sinceramente que, hasta donde cabe, no he interpretado sino venido con empeñosa fidelidad, concepto a concepto, dejando a los que estudien estos misteriosos escritos el entenderlos e interpretarlos conforme a su preparación y a su intuición personal y propia.6

Y termina diciendo:

Por mi parte, sólo podría ufanarme de haber puesto en esta versión, a través de largas y laboriosas vigilias consagradas a este trabajo, todo mi amor y todo mi esfuerzo por hacer una obra honrada que en algo ayude a conocer más el espíritu inefable de la misteriosa y antiquísima raza, en medio de cuyos últimos vástagos nací y he vivido mis mejores años.7

Por todo lo anterior, para esta nueva edición de la traducción de Mediz Bolio del Libro de Chilam Balam de Churnayel, hemos hecho un cotejo con la traducción al inglés de Ralph Roys y con la traducción al español que de algunos fragmentos hicieron Alfredo Barrera Vásquez y Silvia Rendón en El libro de los libros de Chilam Balam, añadiendo términos entre corchetes, tanto mayas como españoles, así como ciertas correspondencias de fechas cristianas, después de las fechas mayas. Además, hemos elaborado diversas notas de pie de página, en algunas de las cuales incluimos la versión de Roys o la de Barrera y Rendón de ciertas palabras o frases, y a veces las palabras en maya, buscando aclarar conceptos que resultan vagos. Las trece notas puestas por Mediz Bolio se presentan entre las nuestras en numeración corrida, distinguiéndolas con las iniciales NT (nota del traductor). Al final, presentamos un breve apéndice sobre las grafías empleadas por el traductor en las palabras en maya yucateco, elaborado por Raúl del Moral (N. del E.: No incluída en esta presentación).

Por otra parte, hemos incluido, a manera de introducción, una visión general de la antigua religión de los grupos mayanses, ya que este libro es una de las expresiones de la concepción religiosa del mundo y de la vida, característica del maya prehispánico que, aunque influida por los acontecimientos de la colonización española, se conservó durante esa época y, de algún modo, pervive hasta hoy.

Esperamos que, como lo desearon los antiguos mayas de Chumayel, su libro sagrado se siga manteniendo vivo. Que sean escuchadas sus palabras, reveladoras del ser del hombre maya y de su afán de conservar la identidad y la dignidad, atropelladas por los conquistadores y por muchos otros desde entonces. Esperamos que esas palabras comuniquen algo de su significación profunda, algo que tenga sentido hoy, tal como lo expresó el escritor anónimo de este fragmento del Libro de Chilam Balam de Chumayel:

Ésta es la memoria de las cosas que sucedieron y que hicieron. Ya todo pasó. Ellos hablan con sus propias palabras y así acaso no todo se entienda de su significado; pero derechamente, tal como pasó todo, así está escrito. Ya será otra vez muy bien explicado todo. Y tal vez no será malo... Verdaderamente muchos eran sus "Verdaderos Hombres". No para vender traiciones gustaban de unirse unos con otros; pero no está a la vista todo lo que hay dentro de esto, ni cuánto ha de ser explicado. Los que lo saben vienen del gran linaje de nosotros, los hombres mayas. Ésos sabrán el significado de lo que hay aquí cuando lo lean. Y entonces lo verán y entonces lo explicarán y entonces serán claros los oscuros signos del Katún. Porque ellos son los sacerdotes. Los sacerdotes se acabaron, pero no se acabó su nombre, antiguo como ellos.

Mercedes de la Garza
Tepoztlán, junio de 1984


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Notas:

1  Alfredo Barrera Vásquez y Silvia Rendón, El libro de los libros de Chilam Balam, México, Fondo de Cultura Económica, 1969; p. 95. (Col. Popular, 42).

2  Barrera V. y Rendón, Prólogo, op. cit.

3  Encontrado por Robert Carmack, quien lo tradujo y entregó para su publicación en la Serie de Fuentes para el Estudio de la Cultura Maya, UNAM, Centro de Estudios Mayas.

Ralph L. Roys, The Boak of Chilam Balam de Chumayel, Norman, Uníversity of Oklahoma Press, 1967 (The Civilization of ihe American lndian Series).

5  Barrera V. y Rendón, Prólogo, op. cit., pag13.

6  Antonio Mediz Bolio, "Introducción", Libro de Chilam Balam de Chumayel, México, UNAM, 1941. p. XIII (Biblioteca del Estudiante Universitario, 42).

7  Ibidem, pp. XIII-XIV.