Chilam Balam de Chumayel

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Introducción
Los mayas y su relación con lo sagrado.
Mercedes de la Garza

Si partimos de la idea de que lo sagrado es aquello que el hombre considera como realidad trascendente, como lo que es superior a sí mismo y superior a la naturaleza, es decir, sobrenatural, para intentar comprender una religión hemos de basarnos en lo que el hombre religioso expresa de esa realidad trascendente, es decir, en los mitos, los símbolos, los ritos, creados dentro del ámbito de una cultura determinada. 1

Cada pueblo tiene un conjunto de expresiones de su vivencia de lo sagrado que están acordes con las particularidades de su cultura y con su momento histórico, lo cual implica que cada pueblo tiene una religión distinta, en constante cambio y transformación. Esto significa que las religiones son históricas, es decir, que constituyen formas particulares y dinámicas de captar la sacralidad.

Sin embargo, en los diversos fenómenos religiosos hay estructuras comunes, hay símbolos universales, porque en la psique y en el desarrollo del hombre en el mundo hay también estructuras comunes, formas parecidas de vivenciar y expresar la realidad. Por ello, encontramos significaciones paralelas en conceptos y mitos de muchas religiones, incomunicadas en el tiempo y en el espacio; por ejemplo, las ideas de árboles cósmicos, de un eje del mundo, del origen acuático del universo, etcétera.

En el mundo maya prehispánico, la religión fue el fundamento de la vida comunitaria. Las diversas creaciones culturales emergen de una peculiar concepción religiosa, según la cual el universo entero está penetrado por energías sagradas que, desplegándose en múltiples combinaciones, determinan todo acontecer.

Para los mayas, el hombre está de tal manera armonizado con la naturaleza divina, que su ser se constituye de sustancias vegetales y animales, y su devenir se rige por las mismas leyes qué el mundo físico, al mismo tiempo que el universo se comporta y actúa como el hombre. Es decir, el hombre es cósmico y el cosmos es antropomorfo. Además, el espíritu del hombre, dividido en una parte impulsiva e irracional y otra consciente y racional, habita simultáneamente en un cuerpo humano y en el de un animal silvestre, conciliando, también así, el ámbito humano de la comunidad organizada y el ámbito salvaje de la naturaleza. Pero hombre y naturaleza están sujetos a lo sagrado. El universo fue concebido por los mayas como escenario y manifestación de las fuerzas divinas, como un conjunto plural de hierofanías —manifestaciones de lo sagrado— y kratofanías —manifestaciones del poder—. Los grandes niveles cósmicos (cielo, tierra e inframundo), que no fueron para ellos espacios estáticos, sino en constante movimiento y cambio, estaban poblados de múltiples expresiones visibles y sensibles de lo divino; o sea que lo sagrado se revelaba ante los hombres en muchos de los seres que habitaban los tres niveles. Así, son dioses los astros; son dioses los elementos, como el agua, la tierra, el viento y el fuego (representado sobre todo por los relámpagos); son divinas las grandes montañas, algunos árboles (como las ceibas), algunos vegetales (como el maíz), algunos animales (como el quetzal, el jaguar y la serpiente).

Y el tiempo, que fue ordenado y sistematizado (gracias al desarrollo de la matemática) en un conjunto de lapsos que se repiten cíclicamente, también fue divinizado. Dentro de grandes ciclos o edades del universo se produce una infinidad de ciclos menores, cuya imagen es para los mayas la de bultos que, con un mecapal, transportan deidades con forma humana; éstas, que son los números, llegan "cargando el tiempo", recorren un espacio determinado, en alguno de los cuatro rumbos de la tierra, y parten cuando llega su "cansancio", pasando la carga del tiempo a la siguiente deidad. Estos ciclos menores van desde los días o kines, hasta los lapsos de sesenta y cuatro millones de años. Por tanto, el tiempo, que dinamiza el espacio, no es simplemente el tránsito de un solo portador con su carga, sino de muchos portadores a la vez, cada uno con su lapso correspondiente: los días, los meses, los años, los periodos de veinte años o katunes, etc. Y como esos portadores son dioses, siempre traen al mundo una influencia benéfica o maléfica, de acuerdo con las distintas combinaciones. De este modo, cada dios-tiempo tiene diversos significados, según su movimiento y su relación con los otros. Ésta es una de las concepciones más originales del tiempo que se hayan creado y revela una conciencia de la temporalidad sin paralelo en las culturas antiguas.

Así, lo sagrado para los mayas se diversifica en múltiples deidades, que son plurivalentes por estar sujetas a la temporalidad; es decir, tienen varias significaciones y funciones, así como varias formas. El panteón o conjunto de dioses mayas escapa a toda lógica de identidad y no contradicción, ya que muchos dioses son uno y varios a la vez, buenos y malos, masculinos y femeninos, celestes y terrestres.

Los dioses que aparecen representados en las artes plásticas y mencionados en los textos se caracterizan, en general, por reunir atributos humanos, animales y vegetales, pero sobre todo, son seres híbridos de hombre y animal, o una combinación de varios animales. Estas figuras, sin embargo, no son los dioses propiamente dichos, sino imágenes simbólicas de las grandes fuerzas cósmicas o los elementos naturales que, a su vez, son las manifestaciones físicas de lo sagrado o hierofanías.

Las figuras antropomorfas y zoomorfas que recibían el culto — los mal llamados ídolos— parecen haber sido sólo representaciones de los seres divinos; sin embargo, en el momento del culto pudieron haber encarnado al dios, ya que las ofrendas se colocaban en su boca y recibían un trato especial, como objetos sagrados.

Pero las grandes fuerzas naturales (cielo, Sol, lluvia, viento, tierra, etc.) fueron concebidas con algunas características humanas, ya que se enojaban, se alegraban, actuaban con voluntad y, sobre todo, se alimentaban con la sangre y las ofrendas de los hombres. A veces un dios tiene una representación animal y otra antropomorfa, aunque las formas humanas de las deidades tienen siempre alguna característica extraordinaria —como colmillos, ojos reptilinos, garras o alas—. Lo más común son los rasgos de serpiente; de felino y ave, los principales animales simbólicos en la religión maya. Estas deidades fungen también como patronos de los lapsos, vinculándose así con los dioses-tiempo.

Entre los muchos dioses del panteón maya, destacan los creadores y los que simbolizan la vida y la muerte, que se relacionan con los grandes ámbitos del universo.

Los cuatro sectores del Cosmos. Códice Madrid

Fig. 1. Los cuatro sectores del cosmos.
Códice Madrid, p. 76.

Para los quichés de Guatemala, los dioses creadores son un conjunto de deidades que forman un Consejo, el cual decide y realiza la creación del mundo.2 Estos dioses forman parejas y la mayoría de ellos tiene una naturaleza animal, por ejemplo, Hunahpú Vuch, "Cazador tlacuache", diosa del amanecer, y su pareja Hunahpú Utiú, "Cazador coyote", dios de la noche. Otra pareja está formada por Zaqui-Nimá-Tziís, "Gran pizote blanco", diosa madre vieja, y Nim Ac, "Gran cerdo o jabalí montes". A estos dioses se les nombra también Tzacol y Bitol, "el Creador y el Formador", diosa madre y dios padre engendradores, "Corazón o Espíritu de la laguna", "Corazón del cielo", "Señor del plato verde" (la tierra), "Señor de la jicara azul" (el cielo). Al lado de ellos aparece Gucumatz, "Serpiente emplumada", como principio vital, como el agua generadora que da origen a la vida del mundo, ya que las plumas son símbolo de agua, de lo precioso, como la sangre y el jade, y la serpiente es energía vital. Gucumatz se identifica con Huracán, deidad también acuática que forma parte del Consejo de dioses creadores.

En los mitos cosmogónicos de los mayas de Yucatán, 3 la serpiente emplumada también aparece como la energía vital que da origen al mundo, y es llamada Canhel, "Serpiente o dragón", relacionada con la lluvia y el agua primordial, la materia original de la que surge el mundo.

De este modo, la serpiente encarna, en la religión maya, la energía sagrada generadora que da perpetua vida al cosmos.4 Para este pueblo la existencia del universo sigue una ley cíclica de muerte y renacimiento, de creaciones y destrucciones que se basan en una lucha de contrarios; éstos son representados por fuerzas divinas antagónicas, que son los seres celestes y los dioses del inframundo; los primeros representaban la vida y los segundos, la muerte. Los mayas de Yucatán refieren una catástrofe cósmica originada por la acción de los nueve dioses del inframundo sobre los trece dioses del cielo; una lucha en la cual la muerte derrota a la vida y, por ello, se destruye el mundo y perecen los hombres. Al robar los dioses de las nueve capas infraterrestres (Bolontiku) el principio de vida (Canhel, la serpiente emplumada) a los dioses de las trece capas celestes (Oxlahuníiku), sobreviene un diluvio que ocasiona el desplome del cielo y el hundimiento de la tierra.5 Cuando termina este cataclismo, el mundo es reordenado por los Bacabes, dioses de las cuatro regiones terrestres y sostenedores del cielo, y aparecen los hombres relacionados con el maíz, los hombres de la época actual.

Los mayas de Guatemala relatan la creación del mundo en un mito cosmogónico que se puede considerar como el mejor estructurado y el más completo.6 En él expresan cómo los dioses creadores, reunidos en Consejo, deciden crear el mundo para que habite en él un ser que venere y sustente a los dioses. Una vez ordenado el mundo, se dan varios intentos de formar seres humanos, que corresponden a las creaciones y destrucciones cósmicas referidas en otros mitos; se habla también de un diluvio, pero de resina ardiente, que destruye a los hombres de madera porque éstos no tenían conciencia de sus creadores. Después de este diluvio, los dioses crean al hombre de masa de maíz, el hombre actual, que es el ser consciente que venera y alimenta a los dioses. También en este mito aparece la lucha de los seres del inframundo, dioses de la muerte, contra los seres celestes, Hunahpú e Ixbalanqué, quienes después de vencer a la muerte, se transforman en el Sol y la Luna, dando principio el tiempo de los hombres.

Los hombres de maíz son conscientes por haber sido formados con una sustancia sagrada y con sangre de los dioses; su misión en la tierra será corresponder a las deidades ofrendándoles su sangre para que ellos sigan existiendo y dando vida al mundo y a los hombres. Así, la sangre se convierte en el principio vital por excelencia que une a los hombres con los dioses.7

Dragón Bicéfalo y Serpiente Emplumada. Altar O de Copán

Fig. 2. Dragón Bicéfalo y Serpiente Emplumada.
Altar O de Copán.

En cuanto a la estructura del mundo, encontramos dos concepciones entre los mayas: una geométrica y otra animal, lo cual en la mentalidad religiosa no es una contradicción. Para ellos, el cosmos está constituido por tres planos horizontales colocados en forma vertical: el cielo, dividido en trece capas o estratos; la tierra, tal vez concebida como una plancha cuadrangular, y el inframundo, dividido en nueve capas o estratos. Quizá el cielo se pensó como una pirámide escalonada, y el inframundo, también como una pirámide, pero invertida. Tanto el cielo, como la tierra y el inframundo están divididos en cuatro sectores, asociados con los puntos cardinales (Fig. 1).

Cada sector tiene un color: negro para el oeste, blanco para el norte, amarillo para el sur y rojo para el este. En los rumbos de la tierra se levanta una ceiba del color correspondiente, sobre la cual se posa un ave sagrada del mismo color. En el centro se yergue la "Gran madre ceiba" o ceiba verde, cuyas raíces penetran al inframundo y cuya fronda se interna en los cielos, constituyéndose en el lazo de unión de los tres grandes planos.8

Dragón bicéfalo. Códice Dresde.

Fig. 3. Dragón bicéfalo o Itzam Na y diosa Ixchebel Yax o diosa O. Códice Dresde, p. 74.

Serpiente bicéfala. Dintel de Yaxchilán

Fig. 4. Serpiente bicéfala. Dintel 25 de Yaxchilán.

Al mismo tiempo, el cielo y la fertilidad procedente de él, fueron simbolizados en la religión maya como un ser constituido por rasgos de serpiente, lagarto y ave, y que algunas veces se representaba con pezuñas de venado: el dragón, llamado Itzam Na por los mayas yucatecos. Este monstruo reptilino tiene varias formas en sus representaciones plásticas, de acuerdo con el estilo de cada región; puede aparecer como dragón bicéfalo y como serpiente emplumada bicéfala; y también como un pájaro con rasgos de serpiente. Los dragones celestes están sobre todo en obras escultóricas del periodo Clásico (300 a 900 DC) procedentes de Copán, Quiriguá, Palenque y otros sitios (Fig. 2); asimismo, se les ve en los códices del Posclásico9(900 a 1524 d. C.) como seres de cuerpo escamoso de serpiente, patas con garras o pezuñas de venado y cabezas de serpiente estilizadas. Su cuerpo tiene a veces símbolos de los astros y de él caen chorros de agua, así como de sus fauces abiertas hacia abajo (fig. 3). En otras representaciones, el monstruo celeste tiene forma de serpiente emplumada bicéfala, con símbolos acuáticos sobre el cuerpo; sus cabezas fantásticas tienen plumas, flamas, círculos y un colmillo enrollado en la comisura de las fauces, que se ve en todas las representaciones de serpientes; de sus mandíbulas alargadas y abiertas, emerge en muchas ocasiones la figura de algún dios antropomorfo de la fertilidad, como el del Sol y el de la vegetación (dioses G y K). Ejemplos de esta serpiente celeste bicéfala están en el dintel 25 de Yaxchilán (fig. 4), la lápida del templo de las Inscripciones de Palenque y los edificios este y norte del Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal.

Por algunas imágenes donde el cuerpo de la serpiente bicéfala aparece adornado con rombos, y por ciertas menciones de los textos, sabemos que la serpiente que simbolizó el ciclo entre los mayas fue la cascabel de dorso de rombos (Crotalus durissus terrificus), una de las más peligrosas e imponentes del área maya, llamada en maya yucateco Tzabcan y Ahau Can, "Señor serpiente".

La relación de este símbolo animal del cielo con el concepto geométrico está en que hay cuatro grandes monstruos, de los colores de los ámbitos cósmicos, ubicados en las cuatro regiones celestes.

Itzam Na está ligado principalmente al agua y al cielo, por lo que parece haber simbolizado la lluvia o la energía fecundante de ella. Las dos cabezas pueden representar las estaciones lluviosa y seca, pero también la dualidad de contrarios cósmicos, cuya lucha hace posible la vida, concepto que fue común a los pueblos mesoamericanos.

Por otra parte, el símbolo serpiente emplumada, ligado a Itzam Na, aparece en el área maya desde fines del periodo Preclásico (2000 a. C. a 300 d. C.) representando la fertilidad. Las cualidades unidas del ave y la serpiente constituyeron en el mundo mesoamericano el símbolo religioso por excelencia, pues parece haber representado, además del principio vital cósmico que da origen al mundo (la energía fecundante de los mitos cosmogónicos), la fertilidad del cielo, o sea, la lluvia, que para los pueblos agricultores es la base de la subsistencia (fig. 2). Para los nahuas, en el altiplano central, la serpiente emplumada tuvo también un sitio de primera importancia entre las manifestaciones de lo sagrado, y se llamó Quetzalcóatl. Con la llegada de grupos nahuas al área maya a principios del Posclásico, Quetzalcóatl se identificó con la serpiente emplumada ya existente desde siglos antes, y fue venerado principalmente en Chichén Itzá con el nombre de Kukulcán, que también significa serpiente emplumada.

Itzam Na tuvo una representación antropomorfa: el dios D de los códices, 10 identificado con la deidad que mencionan las fuentes escritas. Éstas dicen que Itzam Na era el señor del "rocío o sustancia del cielo", lo que alude a la lluvia; que era dios creador y dios supremo, inventor del calendario, la escritura, la medicina y la agricultura, o sea, un héroe cultural. Esta forma humanizada se representa como un anciano con ojo grande y cuadrangular, derivado del ojo de la serpiente; nariz roma y boca desdentada. Se decía que moraba en el cielo y enviaba la lluvia; su nombre así lo indica, ya que Itzam significa "brujo del agua; el que tiene poderes ocultos en el agua". Uno de sus jeroglíficos lleva el signo Ahau, "señor", relacionado con la serpiente de cascabel que es el monstruo celeste, versión animal de Itzam Na.

El Itzam Na antropomorfo tiene un aspecto femenino o una compañera, la diosa Ixchebel Yax, patrona de la pintura y el bordado. En los códices es la diosa O, tejedora, que se representa con una serpiente enroscada en la cabeza y un rollo de algodón. Aparece a veces acompañando al dragón celeste y arrojando, como él, agua sobre la tierra (fig. 3).

Dios solar, Kinich Ahau. Urna de Palenque.

Fig. 5. Dios Solar, Kinich Ahau o dios G.
Urna de Palenque

El Sol también fue considerado como manifestación de lo sagrado en el mundo maya. 11 En las fuentes escritas recibe los nombres de Kin, "Día" o "Sol"; Ah Kin, "El del Sol"; Kinich Ahau, "Rostro del Sol" o "Señor del ojo solar". Se representa en forma humanizada en los códices (dios G) llevando un glifo Kin, que es una flor de cuatro pétalos, y una banda que cuelga por la comisura de la boca. Los incisivos aparecen limados y los ojos son grandes, cuadrangulares y bizcos (fig. 5). Tiene una estrecha relación con Itzam Na por ser también una deidad celeste y ligada con la fertilidad; las energías unidas de ambos producen la vida en la tierra. Por eso a Itzam Na se le llama a veces Itzam Na Kinich Ahau. Es patrón del número cuatro, asociado con los cuatro rumbos del universo por los que transita el Sol, produciendo la temporalidad. Así como tiene un aspecto benéfico, tiene otro maléfico, presentándose como la deidad que arrasa las cosechas. Y, además de ser un dios celeste, es deidad del inframundo, señor de la noche, ya que cada atardecer baja a la región de los muertos. En muchas de sus representaciones se asocia también con la serpiente, por su relación con la fertilidad.

El Sol tiene una manifestación animal, y entonces se le llama Kinich Kakmoo, "Rostro solar guacamaya de fuego". Por eso a veces se representa con cabeza de guacamaya y cuerpo humano, llevando en las manos antorchas encendidas, símbolo de la sequía y del calor abrasador. Se le veneraba en Izamal, Yucatán, y se decía que bajaba volando en forma de guacamaya a recibir las ofrendas de los hombres.

Al parecer su compañera es Ixchel, diosa de la Luna, el parto, la procreación y la medicina. 12 Ella tenía un gran santuario en Cozumel, a donde acudían peregrinaciones de muchos sitios del área maya. Como diosa de la medicina se le hacía una fiesta en el mes Zip, en a cual los médicos y hechiceros sacaban sus remedios en envoltorios. Al mismo tiempo se invocaba a otros dioses de la medicina, entre los que estaba Itzam Na en su aspecto humanizado. Como diosa lunar y patrona de los partos estaba relacionada con agua, principio vital, y se le veneraba en varios sitios acuáticos, como la cueva de Bolonchén, Yucatán, llamada "Señora oculta o guardada"; asimismo se vincula con la tierra, como gran madre. En los códices es la llamada diosa I, que se representa como una mujer joven con un tocado de serpiente enrollado sobre la cabeza.

Entre los quichés de Guatemala, el Sol y la Luna fueron dos personajes humanos, semidioses, llamados Hunahpú e Ixbalanqué, como hemos señalado antes. Estas deidades, después de bajar al inframundo a jugar a la pelota con los dioses de la muerte, o sea, de pasar una prueba iniciática, en la cual mueren y renacen, ascienden al cielo y se convierten en los astros, con lo cual queda terminada la obra de creación del mundo.13

A pesar de que el monstruo celeste tenía como función la producción de lluvia, hay una deidad que encarna la lluvia misma; es el llamado Chaac en Yucatán, deidad antropomorfa de carácter serpentino, ligada tanto al cielo como a la tierra.

Para los mayas, el agua terrestre de ríos, lagunas y mares no es distinta del agua de lluvia, sino que ésta procede de aquella, pues para ellos el agua está en constante movimiento: asciende para formar las nubes y luego desciende en forma de lluvia para fecundar la tierra. Este movimiento es causado por seres divinos de carácter serpentino, y además, tanto el agua terrestre (la que asciende) como el agua celeste (la que desciende) también son simbolizadas con serpientes. 14 El tránsito circular del agua es expresado en los códices con la siguiente imagen: una serpiente formando con su cuerpo una vasija que contiene agua, en tanto que de sus fauces abiertas hacia arriba surge el dios de la lluvia, llamado dios B (se representa como un hombre con larga nariz, ojo serpentino, colmillo curvo en la comisura de las fauces, o sea, es también un dios serpentino) (fig. 6). Esta agua es devuelta a la tierra, tal vez por la acción del monstruo celeste, pues en otras representaciones vemos al dios B cayendo desde las alturas. Por eso decían los mayas de Guatemala: "...el agua es un dios que sabe muchos caminos y tiene mucha fuerza, pues se sube al cielo para llover".15

Chaac es otra de las deidades cuádruples de los mayas yucatecos y su culto se conserva hasta hoy. En otros grupos mayanses, como los de Chiapas, el dios del rayo se llama Chauk, y es tal vez descendiente de Chaac, pues uno de los atributos de éste era un hacha levantada que simbolizaba el rayo.

Chaac. Dios de la Lluvia en el Códice Dresde.

Fig. 6. Dios de la lluvia Chaac o Dios B.
Códice Dresde.
a) p. 33b1; b) p. 33b2;
c) p. 42a1; d) p. 27b3.

Mascarón del Monstruo de la tierra. Palenque

Fig. 8. Mascarón del Monstruo de la tierra, en la base de una planta de maíz en forma de cruz.
Motivo central del tablero del templo de la Cruz Foliada, Palenque.

La asociación entre Itzam Na y Chaac es muy estrecha, ya que ambos simbolizan la lluvia, pero pudiera ser que mientras que Chaac encarna el agua, las serpientes celeste y terrestre signifiquen la energía vital que la genera, y se trataría de la misma energía sagrada acuosa del principio de los tiempos, la serpiente emplumada, con la que los dioses creadores produjeron la vida del universo.

En cuanto al nivel terrestre, además de representarse en los códices como serpiente-vasija, se simbolizó con una serpiente erecta, de cuyas fauces sale el Sol, como sale por el horizonte, en tanto que su cola penetra en el inframundo y rodea al dios de la muerte comunicándole su energía vital. O sea que el inframundo, más que ser en el simbolismo animal de la religión maya una región distinta, es el vientre de la gran madre tierra, desde donde se genera la vida, ya que ahí están las riquezas subterráneas: semillas y piedras preciosas que simbolizan agua.

Dios solar, Kinich Ahau. Urna de Palenque.

Fig. 7. Dios de la muerte, Ah Puch o Dios A.
Códice Madrid, p. 16.

Pero ahí está también la región de la muerte, el Metnal, la morada a donde llega el corazón inmortal de los hombres, salvo el de aquellos que por una forma especial de muerte iban al cielo con el Sol o al Paraíso de la ceiba con los dioses acuáticos. Y por ello en esa región moran los dioses de la muerte, que se representan antropomorfizados, como un cuerpo corrupto, un cuerpo descarnado o una calavera (fig. 7). El dios de la muerte entre los mayas yucatecos es Ah Puch, "El descarnado" o Kisin, y entre los quichés, para quienes el sitio de la muerte se llama Xibalbá, "Región de los que se desvanecen", los dioses infraterrestres son Hun Camé, "Uno Muerte" y Vucub Camé, "Siete Muerte", a cuyo lado están los dioses que producen las enfermedades. En los códices es el dios A.

Así, el inframundo es vida y muerte en el ciclo del tiempo; expresa la idea de que de la muerte viene la vida, y la vida conduce a la muerte.

Otra deidad terrestre, la más conocida, es un gran monstruo replilino, cocodrilo o lagarto fantástico. En las artes plásticas mayas se representa como un gran mascarón descarnado con aspecto animal, al que se ha llamado "Monstruo de la tierra". En los textos se denomina Itzam Cab, "Brujo-del-agua-tierra", Itzam Cab Ain, "Brujo-del-agua-tierra-cocódrilo",16 o bien Chac Mumul Ain, "Gran cocodrilo llodoso", nombres que corroboran su carácter reptilino. Ejemplos de estos mascarones están en el tablero del templo de la Cruz. Foliada de Palenque (fig. 8) y en el templo 22 de Copan.

Por lo tanto, así como el cielo fue simbolizado por un monstruo reptilino, la tierra también lo fue, constituyéndose de este modo los reptiles en los símbolos animales por excelencia en el pensamiento maya.

Y en este cosmos sacralizado se encuentra inmerso el hombre. Tanto en su esencia como en su existencia participa de lo sagrado, pero lo sagrado es monstruoso y terrible; es ¡o otro, lo incógnito, lo inaccesible, lo inexplicable, y la conciliación con ello exige el autosacrificio, la entrega de la propia vida. El hombre se distingue de los otros seres por su conciencia, que le permite vincularse con los dioses a través del ritual. Como nutridor de los seres divinos, el hombre tiene en sus manos la existencia del mundo, que es creado y. mantenido por los dioses. En este sentido ni hombres ni dioses son perfectos, ya que ambos se requieren mutuamente; ambos son insuficientes, pero la armonía dinámica que constituyen les da la suficiencia. 17

Múltiples fueron las formas mayas de veneración a los dioses, pero destacan las oraciones y los autosacrificios o dádivas de algo de sí mismo a las deidades, que van desde ofrendas de flores, incienso (copal), comidas y bebidas, hasta el derramamiento de la propia sangre o el ofrecimiento de una vida humana para alimentar la vida de los dioses. En los ritos también había procesiones, danzas, cantos y representaciones dramáticas; participaba toda la comunidad, encabezada por el grupo sacerdotal, que ejecutaba los actos principales de los ritos.

Buena parte de la vida de los mayas estaba dedicada al ritual; había ceremonias de los periodos de tiempo, ritos agrícolas, ritos de las distintas actividades o profesiones, ritos del ciclo de vida (embarazo, parto, infancia, pubertad, matrimonio y muerte) y algunos ritos iiniciáticos reservados a los sacerdotes y gobernantes.

Un aspecto esencial del ritual fue la profecía basada en la idea cíclica del tiempo; pues así como el Sol retorna cada mañana y retornan las estaciones, y la vegetación reverdece, regresan las mismas influencias divinas de los lapsos, provocando la repetición de los acontecimientos. Por ello, una de las principales funciones de los sacerdotes era conocer esas influencias, gracias a su complejo y preciso sistema calendárico, y prevenir a la comunidad ayudándola así a prepararse para recibir el futuro con diversos ritos que propiciaban las buenas influencias y conjuraban las malas.18

La profecía tuvo, así, un papel decisivo en la vida del maya prehispánico; iba desde los horóscopos personales, elaborados cuando cada niño nacía, hasta las predicciones generales para los distintos periodos calendáricos. Para realizar cualquier actividad debía primero consultarse al sacerdote chilam, quien basándose ante todo en el calendario ritual o Tzolkín, indicaba el día propicio.

Pero la parte central del ritual fue el ofrecimiento de sangre y corazones humanos a los dioses, ya que la sangre es la energía de origen divino que infunde la vida a hombres, animales y dioses, y que une substancialmente a estas tres entidades del universo. Entregando a los dioses la sangre, el hombre cumple con la misión para la que fue creado: mantener la vida de lo sagrado, y así, la del cosmos integro que depende de ello.

Las múltiples figuras simbólicas en que se manifiesta lo sagrado entre los mayas, y sus variadas prácticas rituales, constituyen una religión acorde con la pluralidad que en todos los órdenes revela su cultura, y con su sentido de profunda unión con la tierra y con la vida. Los complejos y multivalentes dioses mayas revelan esa riqueza humana de la que habla Fernando Savater cuando dice que el politeísmo representa "...el primado de lo abierto, de lo plural, del respeto a la diferencia. No exige fe, sino piedad. No busca la abstracción que borra los lugares sagrados, sino el enraizamiento de lo religioso en el sentido de la tierra". 19


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Notas:

1 Ver Michel Meslin, Aproximación a una ciencia de las religiones, Madrid, Edit. Cristiandad, 1978.

2 Popol Vuh. Las antiguas historias del quiche, irad. Adrián Recinos, México, Fondo de Cultura Económica, varias ediciones (Col. Popular, 11).

3 En Libro de Chilam Balam de Chumayel, irad. Antonio Mediz Bolio, esta edición.

Ver Mercedes de la Garza, El universo sagrado de la serpiente entre los mayas, México, UNAM, Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, 1984.

5 Libro de Chilam Balam de Chumayel, cap. V.

6 En Popol Vuh, obra citada y en Anales de los cakehiqueles, trad. Adrián Recinos; ver también Literatura maya, compilación y prólogo Mercedes de la Garza, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 57; Barcelona, Edit. Galaxis, 1980.

7 Ver De la Garza, El hombre en el pensamiento religioso náhuatl y maya, México. UNAM, Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, 1978 (Serie Cuadernos, 14).

8 Libro de Chilam Balam de Chumayel, cap. V.

9 Los códices prehispánicos son libros de papel de amate doblados en forma de biombo. Sólo se conservan tres de los antiguos mayas: el Dresde, el Madrid, y el París, llamados así por la ciudad donde se encuentran hoy.

10 Paul Schellhas asignó a los dioses de los códices mayas una letra del alfabeto, identificándolos con los que mencionan las fuentes escritas. En Representation of Deities of the Maya Manuscripts, 2a. ed., New York, Kraus Reprint Corporation, 1967.

11 Ver Eric S. Thompson, Historia y religión de los mayas, México, Siglo Veintiuno Editores, 1975.

12 Ibidem.

13 Ver Popol Vuh, op. cit.

14 Ver De la Garza, El universo op. cit. cap. VII.

15 Antonio de Fuentes y Guzmán, Historia de Guatemala o Recordación florida, 2 vols., Madrid, Luis Navarro Editor, 1881; vol. I, p. 319.

16 Libro de Chilam Balam de Chumayel, cap. V.

17 Ver De la Garza, El hombre.... op. cil.

18  Ver De la Garza, La conciencia histórica de los antiguos mayas, México, UNAM, Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, 1975 (Serie Cuadernos, II).

19 Fernando Savater, Escritos politeístas, Madrid, Editora Nacional, 1975; Contraportada.