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Eréndira
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Tercera Parte Humillación y Venganza |
I
Cristóbal de Olid quedó enseñoreado de Tzintzuntzan. Sobre el extenso reino de Michoacán soplaba un viento fatídico de tristeza y desolación.
El rey de los purépecha había desaparecido, sin que nadie supiese su paradero. Los principes y favoritos más allegados á la persona del monarca estaban prisioneros en poder de loa-castellanos. Nanuma mismo había ido á buscar un refugio entre los grillos y cadenas que aherrojaban á Tzintzún y Ecuángari. En suma, deshecho, evaporado como el humo, estaba el ejército de aquellos indomables guerreros, á quienes nunca habían podido vencer ni la ferocidad de los otomíes ni el colosal poder de los aztecas.
IICuando los soldados del numeroso ejército de Cristóbal de Olid tomaron sus cuarteles después de la victoria, su jefe Ies permitió salir á proveerse de víveres.
La ciudad estaba desierta. No se encontró una sola mujer en el interior de las casas ni en las calles solitarias.
El fuego se había extinguido en todos los hogares y aquellos hombres, muertos de fatiga, no hallaron comida con que satisfacer el hambre que los devoraba.
Entonces se cumplió la predicción de Eréndira cuando dijo á Nanuma: ‘Los españoles te enseñarán bien pronto el único oficio propio de los hombres que no saben morir en defensa de la patria.”
En efecto, Cristóbal de Olid ordenó que, sin distinción de clases, preparasen los prisioneros la comida para sus vencedores, ó como dice el cronista:1—“Y como no habia mujeres en la cibdad, que todas se habían huido y venido á Pátzcuaro y á otros pueblos, los varones molían en las piedras (metates) para hacer pan para los españoles."
IIILos indios aliados, por orden de Olid, habian despejado de cadáveres el recinto del templo.
Al día siguiente un pregonero, al son de clarines y tambores, anunció que el ejército daría gracias al Dios de las victorias por la que en la víspera habían obtenido los cristianos.
Deberían asistir á aquella flesta no sólo los españoles é indios aliados, sino también los purépecha que estaban prisioneros.
En vano Olid, por medio de mensajeros, había procurado atraer á los habitantes pacíficos de la ciudad que vagaban errantes por las inmediaciones de Tzintzuntzan. Eran éstos los ancianos, las mujeres y los niños: los demás habían desaparecido como por encanto.
Empero, habiendo llegado á noticia de los sacerdotes tarascos que la fiesta pregonada había de verificarse en el templo del sol, acudieron en gran número á impedir que fuese profanado el santuario. Aún tuvieron tiempo de retirar y ocultar el gran disco de oro que representaba al sol, y cuya lámina, como un espejo, reflejaba los rayos del astro dél día.
Si los tarascos llamaban Huriata al sol, al "al que todo lo abrasa con su lumbre,'' dieron á su imagen el nombre de Curicaueri 2 que significa el luminar.
Pudieron retirar también los sacerdotes las joyas de oro y plata y las ricas pedrerías que en lugar seguro estaban depositadas en el mismo templo. Mas lo que no pudieron esconder fué el colosal ídolo de piedra que representaba al lucero adornado de lentejuelas de oro y que sostenía en la mano un hacha del mismo metal, como significando que la luz que derramaba sobre el mundo, no era su propio brillo, sino el reflejo del astro incandescente.
Los sacerdotes permanecieron después, formados en filas, en la alta plataforma del templo. De cuando en cuando entonaban tristes plegarias, como si fueran el canto funeral de sus dioses.
Llegada la hora de la fiesta, el jefe español intimó á los sacerdotes que se retirasen de aquel lugar, en donde desde aquel dia en adelante iba á rendirse culto al Dios verdadero y á arrojar al demonio que hasta entonces había tenido ciegos y obcecados á los indios. Los sacerdotes contestaron que los purépecha, desde tiempo inmemorial, adoraban á ese Supremo Sér, Creador del cielo y de lá tierra, que se llama Tucup-Achá “el único Señor” del Universo, por mas que para los hombres fuese invisible; y que en cuanto al demonio, ni lo conocían ni jamás habían imaginado que pudiese existir un rival del Todo-Poderoso.
Indignado Cristóbal de Olid al escuchar semejante blasfemia, dió orden á sus soldados de que escalaran el templo. Inflamóse de celo religioso el pecho de los castellanos y subieron á lo alto del santuario.
Un grito de cólera se exhaló de los labios de los sacerdotes que protestaban contra el sacrilegio, que clamaban pidiendo al cielo venganza y que auguraban un tremendo castigo para los profanadores, asegurando que sus dioses los aniquilarían en el acto. Mas aquel inmenso vocerío no hizo más que enardecer la piedad de los soldados que embistieron con el ídolo, arrojándolo del altar hecho pedazos.
Atónitos quedaron los sacerdotes y los prisioneros purépecha, al ver que el cielo no vomitaba sus rayos sobre los impíos y que Curita-Queri, 3 el mensajero de los dioses, al ser arrojado del altar, no los llenase de maldiciones.
Entonces se aprovechó de esto Cristóbal de Olid para decirles que vieran cómo sus dioses eran sufridos é impotentes ante el Dios de los cristianos. Los guardianes del templo, espantados, huyeron en todas direcciones.
IVCumplido ya el deber religioso, bajó Cristóbal de Olid las gradas del templo y pidió á los caudillos prisioneros que le entregasen el oro, 4 todo el oro de los reyes tarascos.
En el espacio de seis lunas 5 que Cristóbal de Olid y los suyos permanecieron en Tzintzuntzan, las islas del lago fueron registradas minuciosamente y se encontraron grandes cantidades de oro y plata y piedras preciosas que los tarascos llaman chupiri 6.
Igualmente hallaron en el alcázar del rey cuarenta arcas repletas de mitras, rodelas, y brazaletes de oro puro y de la mejor plata. Todos estos tesoros pertenecían á la corona y habían sido reunidos por los antepasados de Tzimtzicha para lucirlos en las fiestas.
Tan estimados, como los metales preciosos, eran para los indios los plumajes con que se engalanaban en los grandes días. Las esplendentes plumas no sólo servían para adornar los penachos, sino para tejer los trajes de las mujeres de la nobleza, para festonar los jubones de los guerreros, para fabricar abanicos y aun como señal de cambio para adquirir otros objetos. 7 Los hermosos pájaros de la tierra caliente y de los climas fríos daban el contingente de plumas de los más variados y vistosos colores.
¡Qué hermoso ha de haber sido contemplar grandes grupos de hombres ó de mujeres ataviados con tan brillante lujo! ¡Qué imponente mirar un numeroso ejército en que sobre las cabezas de los guerreros formara el viento olas de espléndidos matices!
VY dice la historia 8 que después de recogidos esos tesoros los soldados de Olid se echaron sobre las casas principales y empezaron á hurtar todas las joyas y plumajes que hallaban. Viendo lo cual, las mujeres, que habían ya tornado á la ciudad, “salian tras de ellos con unas cafias macizas y les daban de palos.” Y como estuviesen por alli los principales (de entre los prisioneros), “las mujeres empezaron á deshonrarlos, dicién-doles que para qué traían aquellos bezotes 9 de valientes hombres, puesto que no eran para defender el oro, la plata ni los plumajes que se llevaba aquella gente. Empero los principales, que no tenían vergüenza de traer bezotes, más bien defendían á los españoles contra la agresión de las mujeres.
VICristóbal de Olid, reservando para sí una gran parte del botín, envió el resto, que era cuantioso, á Hernán Cortés.
A este efecto comisionó á Tzintzun, quien con la preciada carga se dirigió á Coyoacán, residencia del conquistador.
Infinito fué el número de tamenes (cargadores) que se emplearon en la conducción, distribuidos de veinte en veinte hombres, con orden de no reunirse ni apartarse demasiado, sino conservando una distancia tal, que cada pelotón alcanzase á ver al que iba delante, para lo que cada uno llevaba en la carga una bandera roja. Y refiere la tradición qne cuando el primer grupo entraba en las calles de Coyoacán, el último apenas abandonaba á Tzintzuntzan.
Hernán Cortés contempló lleno de júbilo el inmenso tesoro y luego dió orden de que se aposentara règiamente al príncipe Tzintzun, entretanto lo recibía en audiencia pública. Pero antes de hacer la narración de ella, trasladémonos á la pintoresca ciudad de Uruapan.
VIIE1 rey Tziralzicha permanecía semi oculto en aquel edén, en donde los bosques están cuajados de frutas, donde los manantiales son cascadas, y torrentes de espuma los caudalosos ríos, aromas y perfumes el ambiente, el suelo alfombra de flores, y los rayos del sol efluvios de vida.
Allí se deslizaban tranquilos los días del afeminado monarca olvidado de sus deberes como soberano, de las armas como guerrero, de la defensa del reino como patriota.
Acaso ni llegaban á su oído las noticias de lo que pasaba en la capital de su imperio, ni en la ciudad de Pátzcuaro, en donde un puñado de hombres volvía por la honra de Michoacán.
VIIIEn efecto si Cristóbal de Olid podía considerarse dueño de Michoacán, sabía bien que aquel grupo de valientes que logró salvarse en el asalto del templo se había dirigido á Pátzcuaro y había ocupado la parte alta de la ciudad en el rumbo del Oriente, en donde construía fortificaciones y en donde iban reuniéndose poco á poco los que aún alentaban en su pecho el amor de la patria. Tanto para Cristóbal de Olid, como para los príncipes y nobles purépecha que lo rodeaban, aquellos hombres eran considerados como rebeldes al trono de Castilla y al del imperio tarasco. Y si por un lado el jefe español trataba de reducirlos al orden, por el otro los dignatarios que ejercían en Tzintzuntzan la autoridad del monarca, estaban empeñados en castigar á los sublevados, siquiera fuese por inspirar confianza al capitán conquistador.
Dióse, de común acuerdo, á Nanuma el encargo de ir a destruir aquel foco de insurrección. Reuníanse á gran prisa los desbandados restos del ejército michoacano y se dispuso la marcha.
¿Para qué decir que Nanuma iba á emprender esta expedición con el entusiasmo y el valor que le habían faltado en su campaña de Taximaroa? ¿Acaso los rebeldes no estaban capitaneados por Timas? ¿No se hallaba entre ellos la mujer que se había burlado de su amor, que le había llamado cobarde por no haber muerto en una lucha imposible? ¿No estaba allí Eréndira, la de obscuros ojos brillantes como las antorchas de la noche, la de seno voluptuoso lleno de encantos infinitos? ¿Qué le importaban sus desdenes si al cabo iba á ser suya?
Nanuma marchó sobre Pátzcuaro, llevando á sus órdenes más de mil guerreros tarascos y cinco ginetes castellanos, poderoso auxilio que le diera Olid para inspirarle confianza en el éxito del combate. Por lo demás, Nanuma sabía que su enemigo apenas si contaba doscientos hombres. Y todavía asi, se propuso dar una sorpresa para asegurar la victoria. Con este intento emprendió su marcha, haciendo un rodeo por Tupátaro y trepando por las montañas que se extienden al Oriente de Pátzcuaro, llegó á esta ciudad en el curso de una noche envuelta en espesos nubarrones.
Inmediatamente destacó sus columnas de ataque que penetraron en el atrio. Tan grande era el silencio que reinaba en la fortaleza, que Nanuma creyó no haber sido sentido por sus contrarios. Entónces dió en voz alta la orden de escalar el templo ... Estridente carcajada respondió á las palabras del valiente jefe, que sintió helársele la sangre en las venas. En aquel momento un diluvio de piedras y de flechas sembró la muerte en la tropa, acometida ya por el pánico.
Como un torrente que se despeña de las montañas y cuyo fragor semeja al trueno de las nubes, los patriotas.de Timas descienden del templo, se mezclan entre los asaltantes, se oye el duro choque de las macanas en medio del gemido de los moribundos.
Los soldados del rey huyen como bandadas de codornices.
Y después de esta rápida escena, aún escucha Nanuma, al ir corriendo, la estridente carcajada de Eréndira.
IXEn el atrio, los guerreros de Timas entonaron el canto de victoria.
Recogen abundante botín y como parte de él, un soberbio corcel blanco, del que se apoderaron al recibir la muerte su ginete. Los gritos de alegría se convierten en abullidos de venganza; en todas partes se oyen voces pidiendo el sacrificio del monstruo, como una ofrenda á Xharatanga que los había cubierto de gloria.
Ya iba Timas á entregar la víctima á los sacerdotes, cuando Eréndira, que había bajado del templo, hizo ademán de que quería hablar. Callaron todos, y la joven, dirigiéndose á su padre, pidió que le entregase el prisionero:
No me lo rehúses, padre;—continuó diciendo—el mensajero de los dioses, que asoma ya por el Oriente, ha enviado uno de sus rayos al interior de mi alma para comunicarme una orden divina. Que nadie me pregunte, pues no revelaré por hoy mi secreto. 10
Ya fuese que los guerreros creyeran en las palabras de Eréndira, ó que quisiesen satisfacer el capricho de la doncella á quien tanto querían, lo cierto es que no hubo uno que no clamase porque el hermoso corcel fuese entregado á la hija de Timas.
XEs ya tiempo de que volvamos al lado de Tzintzun, á quien dejamos en un regio aposento de Coyoacán.
Después de que Hernán Cortés hubo separado del tesoro de Michoacán la parte que correspondía al rey de España, guardó la suya, que era la mayor, poniendo en la distribución el especial cuidado que lo caracterizaba en todos sus actos.
En seguida envió á llamar á Tzintzun y le dijo:
-¿Cómo es que el presente que me habéis traído me ló envía Cristóbal de Olid? ¿Acaso vuestro rey no estaba en la ciudad?
-Así es, señor; Tzimtzicha, para venir más pronto á verte, se embarcó en la laguna y su piragua naufragó, azotada por los vientos. 11¡Mi rey es muerto!
-Entonces alguno de sus hermanos habrá ocupado el trono. ¿A quién habéis elegido?
-Mi amo, señor, no tenía hermanos. Cuando yo salí de Tzintzuntzan no se reunían aún los nobles para tratar de la sucesión de la corona.
-Me habían dicho que el Caltzontzin tenía un hermano que se llama Ecuángari.
-Ecuángari y yo somos gemelos, y ambos parientes inmediatos del rey, siendo costumbre entre nosotros que los parientes se digan hermanos.
-Como quiera que sea, uno de vosotros ha de ser el rey de los tarascos.
-Será, señor, como tú lo deseas.
No de otro modo repartía Cortés entre los vencidos á quienes quería halagar, el mando imaginario é irrisorio de las provincias conquistadas.
Don Hernando ordenó que su mayordomo entregase á Tzintzun unos collares de cuentas de vidrio y otras baratijas que tanto estimaban los indios.
-Estos obsequios, le dijo el conquistador, tenía yo preparados para coresponder el regalo del Caltzontzin, pero puesto que ya no existe, tomadlos y los dejaréis caer en el lugar del lago en que se ahogó, para que los tenga eonsigo.
En seguida el tesorero Alderete condujo á Tzintzun al lago de Texcoco y lo hizo entrar en uno de los bergantines. Navegaron un rato, y Tzintzun no se cansaba de ver cómo inflaba el viento las velas de la embarcación y la hacía deslizarse por las aguas, cual si estuviese movida por gigantescas alas, y pensaba que al impulso de la poderosa máquina quedarían destruidas, como por encanto, las frágiles chalupas que surcaban el lago de Pátzcuaro, si allí se tratase de hacer resistencia á los españoles.
Al día siguiente se le llevó á presenciar un simulacro de guerra. Le infundieron admiración las maniobras de la infantería; le causaron sobresalto la docilidad, la fuerza y la rapidez de movimientos de los caballos, y llenóle de terror el estampido de los cañones y el estrago de sus balas.
Empero lo que más afligió su espíritu y aumentó su miedo, -cuando regresó del lago, fué mirar el semblante airado de Cortés y escuchar de sus labios las siguientes palabras:
-¿Por qué mé has mentido? No es cierto que el Caltzonizin se haya ahogado en la laguna. Oculto está en un pueblo de la sierra.
Tzintzun comprendió que Cortés estaba bien informado, y temiendo la cólera del conquistador, decía lleno de angustia:
-Ha de ser verdad lo que te dicen. Acaso Tzimtzicha salió á la orilla de la laguna, y temeroso de algunos nobles que se han rebelado, huyó en secreto; mas cuando yo vine de Tzintzuntzan todos creíamos que había muerto.
Y al decir esto lloraba, pensando en que lo iban á matar.
-No llores —le dijo Cortés—vuelve á tu tierra. Llevarás una carta á Cristóbal de Olid para que os trate bien á todos vosotros. Parte luego á donde se halla el Caltzontzin y dile que no tema, que torne á su palacio de Michoacán 12, en donde lo recibirán con agrado los castellanos.
-Todo cuanto mandas á tu siervo se hará, señor.
Di también á tu rey que, tan luego como descanse, venga á verme á Coyoacán y que no olvide traer oro.
XIApenas hubo regresado Tzintzun á la capital de los purépecha, convocó á los señores de la nobleza, y les notició el mensaje que llevaba para Tzimtzicha, y la buena disposición de Cortés para los habitantes de Michoacán. Como resultado de estas conferencias, á que asistió Cristóbal de Olid, fué nombrada una comisión de los principales dignatarios de la corte, presidida por Tzintzun y acompañada de dos españoles, para que fuesen á Uruapan y convenciesen á Tzimtzicha de que debía volver á Tzintzuntzan á encargarse del gobierno del reino. ¡Aún creía la nobleza en la existencia del reino!
En cuanto á Olid, que en todo seguía la política de Hernán Cortés, quería tener á su lado aquella sombra de soberano para hacer más eficaz la sumisión de los tarascos.
La embajada llegó á su destino, y ya en pesencia del monarca habló Tzintzun:
-Gran rey, tu imperio está en tinieblas; torna con nosotros á tu ciudad; te esperan tus súbditos para mostrarte su amor y su respeto.
-Muchos de mis súbditos se han rebelado contra mí y tratan de matarme. ¿Cómo quieres que torne entre vosotros?
-No temas, señor; vienen con nosotros dos españoles, á fin de asegurarte que su capitán sólo piensa en protegerte contra ios rebeldes, que no son más que un puñado de perversos.
El indolente Tzintzicha se dejó convencer, y después de algunos dias pasados en fiestas, regresó la comitiva, llevando consigo al monarca. Por indicación de Cristóbal de Olid los viajeros debían tocar la ciudad de Pátzcuaro; quería que los descontentos presenciaran desde su campo el recibimiento ostentoso que se iba á hacer al monarca, pues que entraba en su política que los pueblos viesen el apoyo que los castellanos prestaban al rey y la impotencia en que hasta entonces se hallaban los rebeldes. Persuadido estaba Olid de que los indios, aunque comprendiesen que en Tzimtzicha no quedaba ya más que la sombra de los antiguos soberanos purépecha, quería, sin embargo, deslumbrarlos con los brillantes atavíos de esa sombra, á fin de que no cundiera en la masa del pueblo el ejemplo dado por aquel grupo de defensores de la patria, á quienes trataba de hacer aparecer como insensatos.
XIIMas en una parte andaba Olid harto equivocado. Aunque lentamente, cada día se iba aumentando el número de los patriotas. Muchos de ellos habían trasladado sus familias al campamento, que se convirtió en un barrio de la ciudad. 13 Habían adquirido cierta confianza de que no serían atacados y de cuando en cuando algunos de ellos iban á las poblaciones vecinas á hacer la propaganda de la buena causa ó simplemente se ausentaban del campamento para ir á ver sus sementeras.
Timas, respetando su carácter de jefe, abandonaba pocas veces el puesto; no así Eréndira que la mayor parte del tiempo residía en su bella mansión de Capácuaro, á orillas de la laguna.
La joven había tenido la idea de aprender la equitación: la docilidad del caballo cogido á los españoles, el valor natural de aquella admirable doncella y el cariño con que ésta trataba á su corcel, hicieron que en poco tiempo' hubiese logrado sus deseos. £1 anciano Timas, que se complacía en ver á su hija, dominando á uno de aquellos monstruos que tan útiles aliados eran de los españoles, concibió la idea de hacerse á toda costa de cuantos caballos pudiera adquirir, bien fuese en las acciones de guerra, ó bien cambiándolos por oro á sus. dueños, ávidos siempre del precioso metal. Una vez conseguido este propósito, Timas pensaba adiestrar en su manejo á los jóvenes más ágiles y robustos de entre sus guerreros y oponer ¿la caballería española los ginetes indios, que se pondrían orgullosos de pelear de igual á igual contra sus enemigos. 14Comunicada la idea á los valientes que lo rodeaban, fué acogida con grande entusiasmo, y los más audaces juraron que la primera ocasión que se presentase, más de un español quedaría pie á tierra, lamentando la pérdida de su caballo.
XIIIUna hermosa mañana del mes de Abril, los rebeldes del barrio fuerte vieron aparecer en el rumbo del Poniente la numerosa comitiva de Tzimtzicha, al mismo tiempo que del rumbo del Norte avanzaba el capitán español, seguido de sus tropas y de una inmensa multitud formada de los nobles y de la plebe de los pueblos todos de la laguna.
Cuando ya estaban á punto de encontrarse se oyó el terrible grito de guerra que salía de las alturas del barrio fuerte. En seguida se desprendieron de allí cuatro grupos de guerreros que, avanzando unos cuantos pasos en dirección á los cuatro puntos cardinales, lanzaron flechas al cielo y entonaron himnos de combate. Aquel simulacro no era más que la protesta de la patria contra los invasores y contra la infame traición de los cobardes.
Por fin llegaron á incorporarse Tzimlzicha y Olid, verificándose el encuentro en el lugar en que hoy se levanta la capilla del Cristo, en Pátzcuaro.
Apeóse de su caballo el jefe español y tendió sus brazos al monarca; mas éste apresuró el paso é hincó la rodilla en presencia del extranjero. Mudos y pasmados contemplaban este acto de humillación los millares de espectadores.
En tanto, sobre lo alto de la colina, una mujer que se destacaba enmedio de los rayos del sol y de un cielo purísimo, vertía lágrimas de rabia y levantaba la mano dirigiéndola hacia Tzimtzicha, como si aquella hermosa mano estuviese llena de maldiciones.
Aún hoy día el sitio en que se verificó el encuentro conserva el nombre de el Humilladero. 15
XIVDice la historia 16 que tan luego como Tzimtzicha regresó á la ciudad de Tzintzuntzan, Cristóbal de Olid mandó poner guardias en el palacio, diciendo que lo hacia para seguridad del rey; pero en realidad era por temor de que volviese á fugarse.
No descansaba aún el monarca de sus fatigas, cuando ya el jefe español le exigía la entrega de más tesoros. Tzimtzicha envió mensajeros á las islas de Pacandan y Urendan, en donde los castellanos reunieron ochenta cargas de oro y plata y las llevaron de noche á Cristóbal de Olid. Al ver aquella inmensa cantidad se encaró á Tzimtzicha y le dijo:
-Esto es muy poco: manda traer más, pues que harto oro tienes. Tú, ¿para qué lo quieres?
En efecto, ¿para qué quería oro el rey? Le hubiese bastada un rayo de libertad. Temeroso, empero, de Olid, llamó aparte á sus principales y lleno de angustia les decía:
-Ved qué enojados están los dioses: 17 los atormenta el hambre del oro. Débenlo de comer y tenemos que saciar su apetito. Id á buscar oro por todas partes.
Y fueron los mensajeros y registraron todas las islas, recogiendo cuantos objetos de metales preciosos pudieron encontrar: por todo trescientas cargas.
-Hé aquí lo que hemos podido reunir—dijo Tzimtzicha á Cristóbal de Olid—Tómalo, es tuyo. Nosotros ¿para qué lo queremos?
-Bien está,—replicó el jefe.—Mas tú has de ir á México á llevar el tesoro á Don Hernando Cortés.
-Iré, señor, si así te place.
XVTzimtzicha emprendió el camino de México acompañado da los señores principales de su corte. Iba llorando y decía á Tzintzun:
-Ya lo ves; me había ocultado en Uruapan para que no me asesinasen los rebeldes; me sacaste de allí, y ahora vas á entregarme á los españoles para que me maten.
-Desecha tus temores, oh gran rey,—contestó el príncipe —el Malinche te recibirá muy bien: tan sólo desea que seas vasallo del emperador de Castilla. Por otra parte, ¿no llevas oro para aplacar su cólera?
Era tan eficaz el remedio, que Tzimtzicha se tranquilizó y pudo continuar el camino.
Ya cerca del Valle de México lo esperaba la música militar de los españoles, porque el conquistador sabia que Tzimtzicha llevaba siempre consigo á sus músicos, que los tenia muy buenos. “Al encontrarse—dice el padre Cavo, 18 —sonaron los instrumentos y alternativamente los músicos españoles y tarascos dieron muestras de su habilidad.”
El rey michoacano compareció ante la presencia de Cortés, quien se alegró mucho de verlo y le dió la bienvenida. Dispuso que fuese alojado en una de las mejores casas de la población y que se le tratase cual correspondía á un principe tan preclaro.
Al dia siguiente mandó llamar Cortés á Tzimtzicha y le dijo:
-Estos señores aquí presentes son de los principales de la nobleza de México. Van á conducirle á la Gran Tenoxtitlán para que veas cómo cayó esta ciudad al empuje de mis soldados, no obstante su grandeza y poderlo: en seguida te llevarán á la prisión en que se encuentra Cuauhtemoc sufriendo castigo “por haber sido malo con loa españoles.”
Tzimtzicha se dirigió á la ciudad de México, á donde llegó cuando empezaba la noche y la luna se alzaba en el horizonte como un disco de fuego, rojo y siniestro; y al mirar las ruinas y los escombros de la que fué metrópoli de la América, no pudo contener el llanto en que se mezclaban lágrimas de compasión y de miedo. “Hé aquí, le decian los guías, la gran ciudad de México: éste es uno de los palacios de Motecuhzoma; allí está el gran templo de Huitzilipoxtli; éstas ruinas fueron el alcázar de Cuauhtemoc; aquellas la gran plaza del mercado. 19
Tornó luego la comitiva á Coyoacán, encaminándose al sitio en que se hallaba el héroe mártir. Aún yacía en el lecho de dolor, á consecuencia de la tortura á que se le había sometido. Tzimtzicha no pudo menos que estremecerse al contemplar los llagados muñones en que estaban convertidos los pies del monarca mexicano.
Tzimtzicha hizo ademán de saludar al augusto prisionero? pero éste volvió el rostro con un gesto de desdén.
-Ya ves, gran rey de Michoacán,—le dijo uno de los españoles—ya ves en qué estado se encuentra el Guatemuz por haber osado resistir á los castellanos y por haber ocultado los tesoros que le pedíamos. No seas tú malo como él. 20
Una imperceptible sonrisa de amargura se dibujó en los labios de Cuauhtemoctzin, quien lijó una mirada de lástima en el rey de los purépecha.
Al día siguiente Tzimtzicha se despidió de Hernán Cortés, no sin haber reiterado en su presencia el pleito homenaje que rendía al Emperador Carlos V.
-Torna á tu país, le había dicho Cortés; allí reinarás bajo la protección de mis soldados: nuestra es la hacienda que posees y por lo tanto no decretarás tributos; porque esto lo encomiendo á mis españoles. En cuanto á la vida de tus súbditos, tuya es y podrás disponer de ella como te plazca. 21
No se cansaba el rey de proclamar las bondades de Cortés, y de cuán generosos eran los españoles, puesto que le permitían disponer de la vida de sus súbditos, y en consecuencia reinar como soberano.
En su regreso á Tzintzuntzan, hizo muy contento el camino, en el que de rato en rato iba jugando al patal con sus compañeros, según refiere la crónica.
XVIMientras duró el viaje de Tzimlzicha á México, permaneció Cristóbal de Olid en Tzintzuntzan sin emprender expedición* alguna, preocupado sólo en indagar la existencia de nuevos tesoros.
Reinaba tranquilidad en la extensión del suelo michoacano.
Los rebeldes del barrio fuerte de Pátzcuaro, viendo que no eran atacados, cobraron mayor confianza é iban más frecuentemente á sus casas ó á ver sus sementeras.
El mismo Timas, caudillo de los patriotas, lleno de confianza, marchó á sus posesiones de Capácuaro sobre la orilla oriental del lago. Allí había ocultado la doncella el hermoso corcel quitado á los españoles el día del combate. Eréndira mostraba cada día más cariño al noble animal, y éste, que parecía haberlo comprendido, correspondíale lleno de gratitud, relinchando de contento cada vez que la veía y moviendo graciosamente las elegantes orejas. Alimentábalo Eréndira cuidadosamente y lo había alojado en el mejor aposento de la casa. Cuando lo montaba, el generoso bruto, como si se enorgulleciera de su preciosa carga, marchaba arrogante por las colinas, saltaba airosamente las barrancas ó galopaba en la llanura, dejando flotar, al impulso del viento, la crin sedosa y abundante.
Los indios contemplaban admirados aquella esbelta amazona, la veían pasar como celeste aparición y perderse en la espesura de los bosques.
XVIIEl más profundo silencio reinaba en la mansión de Timas. Los habitantes de la casa yacían en profundo sueño.
De cuando en cuando el corcoví, como centinela de la noche, lanzaba su agudo canto desde la copa de los pinos. De repente el ave redoblaba sus gritos de alarma, y volaba de árbol en árbol inquieta y azorada.
Empero nadie la oía en el interior de la casa.
Comenzaban á palidecer las estrellas é iba despercudiéndose poco á poco el negro manto de la noche. Los ojos penetrantes del corcoví se fijaron en unas manchas obscuras que se dibujaban en la superficie del lago; el pájaro, espantado, gemía lleno de angustia y saltaba de rama en rama, como poseído de desesperación.
En la mansión de Timas todos dormían profundamente.
De improviso, cuarenta hombres armados saltaron de dos barcas, y rápidos se dirigieron á la silenciosa estancia. Aquellos guerreros estaban mandados por Cuinienángari y por Nanuma. Rodearon la casa y exhalaron el grito de guerra.
Los habitantes despertaron sobresaltados. En seguida apareció en la puerta el anciano Timas y tras de él sus diez esposas que lloraban y se mesaban los cabellos. Eréndira fué la única que se presentó serena, cubierto el rostro de severa altivez.
En aquel momento la aurora derramaba sus galas en el horizonte.
Digna era la actitud de Timas: los collares de turquesas que ceñían su cuello, las grandes orejeras de oro que descendían hasta sus hombros, los cascabeles del mismo metal que adornaban sus muslos, y la guirnalda de trébol que coronaba sus sienes, más parecían indicar que el anciano marchaba á alguna fiesta que al encuentro de sus enemigos.
Cuinienángari le mostró una carta que le enviaba Tzimtzicha, quien, como señor de la vida de sus súbditos, usaba ya esta señal de mando.
-¿A qué vienes tú aquí?—preguntó Timas á Cuinienángari —¿Vas acaso á alguna conquista?
-En vano te burlas de nosotros contestó el mensajero; el rey ha dado orden de muerte contra tí.
-¿De qué me acusa? ¿De defender su reino?
-No me toca juzgar á mi señor. Enviado soy y cumpliré ras mandatos.
-¡Valiente eres! Pelearemos los dos. ¿No has estado tú en las batallas en que pelean enemigos contra enemigos? ¿Mataste alguno por si acaso?
-“¿Tienes miedo de morir? ¿Por qué me insultas?”
-“Sé bien venido; y pues mi sobrino el rey lo manda, sea así. Yo también estuve á punto de matarlo por traidor. Pelearemos. ¿Cómo he de tener miedo, pues había resuelto matarme antes que ver la afrenta de la patria? Espera un poco.”
Timas penetró á un aposento seguido de sus mujeres. Encendió los braserillos con el incienso destinado á la muerte, escogió una entre sus odaliscas y hundió en su pecho una navaja de obsidiana. Era la esposa escogida como compañera en ra eterno viaje.
Y tomó á salir en donde estaba Cuinienángari con los verdugos que lo acompañaban.
-Toma—le dijo Timas—tóma este vaso de vino, pues que has de tener sed.
-No tengo sed. No soy cobarde, contestó el mensajero.— Lo que tengo es hambre de matarte.
“Y á una señal que hizo, los cuarenta asesinos se arrojaron sobre Timas y lo acogotaron con sus porras, 22le quebraron la cabeza y lo llevaron arrastrando antes de que muriese, y los hijos que estaban con Timas huyeron de miedo, 23 en tanto que las mujeres lanzaban gritos de dolor en el fondo del aposento.”
Entonces, como era costumbre, los verdugos se apoderaron de los bienes del ajusticiado y se repartieron las mujeres.
Nanuma escogió su botín, á Eréndira, que si no había querido ser su esposa sería ahora su esclava.
Arreglado el reparto, todos se apresuraron á penetrar en el aposento para tomar posesión de su presa.
En aquel instante una blanca visión, como la imagen divina de un sueño, apareció en el umbral. Era la hermosa doncella, montada en fantástico corcel, que se abrió paso por entre los asesinos, derribando á Nanuma.
Ligera como el viento desapareció entre la espesura de los pinos.
El corcoví batió sus alas, brincó de rama en rama y murmuró trinos de alegría.
Al mismo tiempo el sol brotaba en el Oriente, llenando el mundo de efluvios luminosos.
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1 Relación, pág. 96
2 Curicaueri es el verdadero nombre y aún así lo pronuncian hoy día los indios tarascos. En la época en que vinieron los españoles a la conquista escribían la u vocal como v consonante y por esto hallamos escrito ese nombre en la historia y en las crónicas, Curicaveri, que nada significa.
3 Relación, pág. 96 -Curita-Queri significa "el gran tizón". Era como se ha dicho más arriba, el nombre que los tarascos daban al lucero.
4 Relación, pág.citada
5 "Cada luna cuenta esta gente 20 días" - Relación íd.
6 Significa lumbre
7 Aún se conserva en los indios de raza pura en Michoacán esa predilección por las plumas de colores.
8 Relación, pág.98.
9 Insignia de mando entre los caudillos del ejército. Los bezotes eran unos adornos de oro, plata u obsidiana que se sostenían en una perforación del labio superior.
10 Eréndira se refería al interior de su pecho, pues los tarascos desconocían la existencia del alma. Hoy le dícen ánima, del latín, porque así se lo enseñaron los misioneros.
Creían en una segunda existencia después de la muerte, pero no el alma, sino la sombra (cumanda), era la que seguía disfrutando de una vida eterna.
11 Relación, pág. 99.
12 Así llamaban los españoles a Tzintzuntzan.
13 Ese barrio subsiste aún hoy en día y se llama barrio fuerte, precisamente por lo que estoy refiriendo, y por espació de muchísimos años permanecieron allí los indios sin reconocer a las autoridades de la conquista, segú lo afirma la tradición entre los vecinos de Pátzcuaro.
14 Muchos de los indios en aquel tiempo adiquirieron caballos y llegaron a ser mejores jinetes que los españoles, por cuyo motivo el gobierno de Castilla les prohibió tener cabalgaduras.
15 El padre Villaseñor en su Teatro Americano al hablar de Pátzcuaro, dice: "Y lo primero que se descubre por el Oriente es una capilla en donde se venera la imagen de nuestro Redentor Crucificado: llaman a este sitio el Humilladero, por ser el paraje en que los indios de la provincia se rindieron humildes a los españoles que emprendieron su pacificación.
16 Relación, pág. 102.
17 Así se dejaban llamar los españoles.
18 "Los tres siglos de México", lib. I.
19 Cavo. "Los tres siglos de México", lib I.
20 Relación, p. 108.
21 Relación, p. 104.
22 Relación, p. 105.
23 Ya se ha dicho que Timas no tenía más hijos que Eréndira; pero repito que los tarascos llamaban hermanos a los primos e hijos a los sobrinos.