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Eréndira
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Sexta Parte La Apoteosis |
Muchos años después—en 1557—la muerte sorprendió á Fr. Martín de Jesús en la ciudad de Pátzcuaro, adonde había regresado tras dilatadas y penosas expediciones en la predicación del Evangelio.
Padre le llamaban las gentes desde Tehuantepec hasta Jalisco, lo conocían todos los niños, y las mujeres se arrodillaban á su paso y le besaban la orla del hábito.
Murió rodeado de sus primeros neófitos, de aquellos sus hijos á quienes él amaba tanto.
Se le hicieron exequias en el convento de San Francisco de Pátzcuaro y una vez más “dió testimonio de sus virtudes la fragancia y olor con que quedó el cuerpo ya frío y yerto.”
Después de aquella formidable escena en la isla de Pacanda, Eréndira se había retirado á la soledad de sus campos de Capácuaro. Día á día visitaba la yácata en que yacía el cadáver momificado de Timas. La doncella derramaba allí las fuentes de su llanto; y lloraba también por otra muerta, por su patria1, que iba á perder hasta su nombre en la memoria de los purépecha, y sollozaba siempre al recordar á Fr. Martín de Jesús, á quien había dejado de ver en tanto tiempo.
Una tarde, vagando por uno de los bosques que rodeaban su rica cabaña, percibió el ruido de muchas gentes que pasaban por el camino y que exhalaban lamentos lastimeros. Se acercó á escuchar y llegó á sus oídos la noticia de la muerte de Fr. Martín. Una sombra de infinita tristeza pasó por su alma, y mientras en sus labios se dibujaba extraña sonrisa, sintió que su corazón dejaba de latir. Sus ojos permanecieron enjutos, como si el calor del estío hubiese cegado para siempre sus fuentes.
Pero haciendo un poderoso esfuerzo logró sobreponerse al dolor y corrió á su palacio. En uno de sus aposentos preparó ciertas substancias extraídas de diversas flores y las colocó cuidadosamente en una cesta.
Tomó en seguida el camino de Pátzcuaro, y á media noche penetró en la ciudad, se dirigió al convento de franciscanos, y se deslizó cautelosamente en el interior de la iglesia; abrió la bóveda de un sepulcro reciente, extrajo el cadáver de Fr. Martín y largo tiempo lo tuvo estrechado entre sus brazos.
Después lo ungió con aquellos bálsamos que había preparado, derramó sobre él gomas aromáticas y lo cubrió de flores de intenso perfume, y luego volvió á depositarlo en el fondo de la tumba, “habiendo quedado su cuerpo—dice el padre Mendieta—con gran olor y suavidad, y sus carnes tan hermosas y tiernas como las de un niño.”
Era el mes de Agosto. Eréndira cogía millares de luciérnagas, que, envueltas en capullos de algodón, llevaba á la iglesia: abría el sepulcro, vestía de blanco el cadáver, lo circundaba de aquellas luces animadas, encendía cirios y permanecía largas horas contemplándolo.
“Y dos veces—asienta el cronista La Rea—los clérigos de la ciudad y otros vecinos de ella, le vieron vestido de vestiduras blancas, puesto sobre un altar en la iglesia, con dos candelas encendidas en el mismo altar y otras cuatro sobre su sepultura. Y en otra ocasión muchas personas lo vieron sobre el sepulcro, cercado de mucha luz y resplandor.”
Después.... Eréndira se desvaneció en la inmensidad de los tiempos, como se desvanece una hermosa nube en el azul del. cielo.
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1 El nombre de Michoacán es del idioma azteca. ¿Cual era el que tenía en lengua tarasca?. Hasta hoy no ha podido averiguarse con exactitud.