Por Laurette Séjourné.
Introducción
He tenido el privilegio de desenterrar el cuarto palacio teotihuacano. Al confiarme esta tarea, el Instituto de Antropología me permitió realizar la más ferviente de mis aspiraciones. Los trabajos comenzaron en un día lluvioso de octubre de 1955 y se necesitó tiempo antes de que las dudas y las dificultades cotidianas, dejaran, al fin, transparentar algo de la realidad que tanto deseaba ver resucitar.
Es que las excavaciones representan una ruda prueba. El juego apasionante de la búsqueda cobra un aspecto totalmente distinto cuando se aleja de los museos y bibliotecas: ante campesinos que discuten las condiciones del trabajo o esperan órdenes, frente a magueyes espléndidos que se deben sacrificar o las quejas que un venerable anciano eleva por las tierras que se le arruinan; ante este todo viviente que se viene a trastornar, el ardor por descubrir la verdad prehispánica sufre un ligero eclipse.
La elección planteó un problema embarazoso, porque los pisos de estuco blanco que indican la presencia de construcciones afloran a lo largo de varios kilómetros en torno del centro religioso. Me decidí por el lugar llamado Zacuala -un humilde campo de frijoles de media hectárea cedido de mala gana por su propietario- porque forma la parte de un área que antes había proporcionado restos de gran interés (Tetitla y Atetelco), alrededor de dos kilómetros al suroeste de la Pirámide del Sol.
El lugar en el que se empezó a trabajar resultó ser un gran patio limitado por cuatro construcciones derruidas, de muros cubiertos de frescos, que me iniciaron de inmediato en el sentimiento que debería predominar sobre todos los demás: el deseo nostálgico de conocer la totalidad de una imagen cuyos fragmentos revelan lo suficiente como para que lamentemos su pérdida. En contacto con estas residencias pintadas que resurgen fragmentadas en innumerables pedazos, la experiencia del arqueólogo cobra un carácter único: el deslumbramiento que produce ver a la tierra removida derramarse en brillantes colores; la esperanza de descubrir un motivo clave y el pesar amargo de que tal fractura, precisamente, impida su comprensión, constituyen las etapas regulares de la aventura cotidianamente renovada.
Sin embargo, se presenta la increíble excepción del surgimiento de un trozo de pared milagrosamente preservado. El primero, aparecido al tercer día de excavaciones, fue de una ayuda moral inapreciable. Como su lado pintado yacía sobre el piso, sólo una semana después pudimos verlo, ya que resultó laborioso dar la vuelta a este bloque húmedo que amenazaba con deshacerse. (El estuco pintado de los muros está aplicado sobre una capa de cerca de diez centímetros de espesor de una mezcla de piedra molida y tierra.) Era una cabeza de serpiente emplumada, de mirada extrañamente severa y de colores resplandecientes: el blanco de su gran ojo, el turquesa de las plumas y el rojo del fondo brillaban a la luz renovada.
Hubo muchos más porque había tenido la suerte de dar con los vestigios de un palacio: patios, galerías, salones, corredores, cuyos frescos, (día tras día y semana tras semana, iban desplegándose al sol como láminas de un libro gigantesco. Adheridas a frágiles paredes expuestas a lluvias que periódicamente las embeben y a las raíces con las que cohabitan -las de los pirules que corren a lo largo de sus superficies y las traspasan para seguir su camino; las de los magueyes, finas como cabellos, que se infiltran entre la capa pintada y el muro, de suerte que el estuco se cae irremediablemente al ser descubierto— la preservación de estas obras de arte es un prodigio.
Se suma a las posibilidades de destrucción el hecho de que la parte superior de los muros no está recubierta más que por una docena de centímetros de tierra, insuficiente para protegerlos del arado que, dos veces al año, les rebana un nuevo pedazo y les imprime más profundamente las ondulaciones de su paso. A causa de tal erosión estacional, infligida desde hace numerosos siglos, y que terminará por arrasar los muros, éstos se presentan truncados a cerca de medio metro del suelo sobre el que reposan. Sólo la existencia de escalones, viola de cuando en cuando, lo que parece ser una regla: beneficiándose con la profundidad de su descenso, hay muros, y pinturas por lo tanto, que alcanzan la altura de un metro. De faltar los escalones, la única esperanza de reconstruir los motivos de las partes conservadas en pie estriba en el descubrimiento de un trozo caído que contenga la parte que falta. Uno de estos trozos providenciales permitió conocer en su integridad el Caballero Tigre repetido sobre las paredes de un vasto salón el cual, dada su talla apareció decapitado en todas sus representaciones.
La intimidad cotidiana con estos jirones del pasado lleva a una comprensión más viva del carácter de Teotihuacán. Mutilados y borrados, o inexplicablemente intactos, los restos que aparecen entre los escombros llevan impreso un dinamismo interior que no puede haber surgido más que en el período de los orígenes, de los comienzos; el período en que las fórmulas tienen el brillo de su sentido pleno. Situado en las fuentes de la revelación que engendró el sistema religioso mesoamericano -la del principio que permite trascender la condición terrenal- la primera ciudad náhuatl refleja con fuerza la fe en la omnipotencia del espíritu.
Las figurillas descubiertas
La cantidad de figurillas que elaboraron los antiguos teotihuacanos es inconcebible. Como reproducidas por misteriosas semillas, siguen emanando con la regularidad de un fenómeno natural que nadie podrá jamás detener. El campesino no siempre se digna recoger las cabecitas milenarias que arrastra la tierra que labora; los niños juegan con ellas y cuando las venden, reclaman el precio de una canica.
a) Los rostros humanos
Las representaciones de dioses son raras: en Zacuala están en una proporción de 3.6%. El resto lo constituyen personajes generalmente despojados de todo adorno que forman una extraña multitud severa y concentrada. Nos hemos preguntado con frecuencia el por qué de esta cantidad de imágenes humanas, y hemos encontrado una respuesta en los penetrantes análisis de los textos nahuas realizados por Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla, que han puesto de relieve que la cara es, con el corazón, sinónimo de persona. Es así, por ejemplo, como solían dirigirse a interlocutores:
"Daré pena a vuestros rostros, a vuestros corazones..."
"Hago reverencia a vuestros rostros, a vuestros corazones."2
La presencia del corazón impide considerar esta fórmula en su acepción física, siendo el corazón el símbolo mismo del devenir:
"Yollotl: corazón. Como derivado de ollin: 'movimiento", significa literalmente en su forma abstracta y-óll-otl, 'su movilidad, o la razón de su movimiento".. . Consideraban, por tanto, los nahuas al corazón como el aspecto dinámico, vital del ser humano."3
Lo que lleva lógicamente al investigador a concluir que el rostro es:
"... la manifestación de un yo que se ha ido adquiriendo y desarrollando por la educación." 4
y a definir de esta manera la expresión citada:
"In Ixtli, In Yollotl: cara, corazón; persona. Es éste uno de los más interesantes difrasismos nahuas... En resumen, puede decirse que ixtli, cara, apunta el aspecto constitutivo del yo, del que es símbolo el rostro. Yollotl (corazón) implica el dinamismo del ser humano que busca y anhela. Este difracismo encontrado innumerables veces para designar a las personas, aparece también al tratar del ideal educativo náhuatl: rostros sabios, y corazones firmes como la piedra." 5
Esta personalidad que se moldea por medio de la acción creadora es la de esa partícula divina revelada por Quetzalcóatl y que el hombre de la Quinta Era tiene por misión conquistar siguiendo el camino que le enseña el sabio, porque:
"El sabio: una luz, una tea, una gruesa tea que no ahuma. Un espejo horadado, un espejo agujereado por ambos lados. Suya es la tinta negra y roja, de él son los códices. El mismo es escritura y sabiduría. . . Maestro de la verdad no deja de amonestar. Hace sabios los rostros ajenos, hace a los otros tomar una cara (una personalidad), los hace desarrollarla. Les abre los oídos, los ilumina. Es maestro de guías, les da su camino, de él uno depende. Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos, cuidadosos; hace que en ellos aparezca una cara (una personalidad). Se fija en las cosas, regula su camino, dispone y ordena. Aplica su luz sobre el mundo..."6
La naturaleza intemporal de la verdad que el sabio ayuda a descubrir, está también subrayada por la profundidad psicológica que impregna el texto dedicado a los daños que causa un mal maestro:
"El falso sabio: ... Es vanagloria, suya es la vanidad. Dificulta las cosas, es jactancia, inflación. Es un río, un peñascal... Hechicero que hace volver el rostro, extravía a la gente, hace perder a los otros el rostro. Encubre las cosas, las hace difíciles, las mete en dificultades, las destruye, hace perecer a la gente, misteriosamente acaba con todo."7
Este rostro esencial que puede ser, bien develado, bien perdido, según el destino, no es otro que el rostro mismo de la verdad que existe en cada uno, desde antes del nacimiento y que es necesario reencontrar.
![]() Figura 1. Un rostro llevado como pectoral |
Es únicamente partiendo de estos conceptos que se explica la enorme cantidad de figurillas teotihuacanas y que se puede comprender la presencia de esas innumerables máscaras en barro o en piedra que singularizan la producción de la Ciudad de los Dioses. Observemos un personaje que lleva uno de estos rostros simbólicos a manera de pectoral (fig. 1). Esta pieza es de la fabulosa colección que Diego Rivera fue formando a través de toda su vida y que tuvo la generosidad de donar a la Nación.
Inútil decir el provecho que puede sacar el investigador de esas decenas de millares de objetos arqueológicos hasta ahora desconocidos.
A pesar de su riqueza, las figurillas teotihuacanas son poco conocidas y no han despertado el interés que merece su valor estético. La causa principal de este desconocimiento reside probablemente en la extrema fragilidad de esta cerámica. El artista se complacía en la miniatura -hay cabezas con penacho que no alcanzan dos centímetros- y dedicaba además su preferencia a seres de miembros gráciles que se quiebran con una facilidad desconcertante. Es por esta razón que no poseemos ninguna completa de las 1.475 exhumadas en Zacuala (fuera de las de las Tumbas 19 y 21). De las 10.343 contadas en la Colección Rivera, cerca de 9,000 son cabezas separadas de sus cuerpos. Las mutilaciones no impiden sin embargo que este material sea pródigo en enseñanzas. Veamos lo que nos dice acerca de las fases culturales.
b) Tipos arcaicos
Lo mismo que Linné en Xolalpan, fui sorprendida por la relativa abundancia -el 11.3%-, en un lugar como Zacuala, de figurillas con prognatismo, consideradas como Teotihuacán I y II. Dice Linné:
"Muy extrañamente, en Las Palmas y en Xolalpan fueron encontradas, cabezas primitivas. No aparecieron en profundidades considerables, sino muy extrañamente, en todos los niveles..."8
Es en efecto notable que estos rostros arcaicos existan hasta la superficie, no aumentan en las capas inferiores y hasta a veces son estratigráficamente posteriores a los denominados retratos con los que las encontramos asociadas en un entierro, así como a las de molde que sirvieron de base al Teotihuacán IV. Estos datos de la estratigrafía parecerían confirmados por la adopción, de parte de los prognatos, de rasgos tan indudablemente clásicos como los tronos; la figura de bulto, a la manera de los personajes de las urnas de Oaxaca; la nariguera y los círculos frontales y la cabeza hendida.
![]() Figura 2. Figurillas del tipo Teotihuacan II |
Como sabemos que las figurillas con prognatismo son anteriores a la época de florecimiento de Teotihuacán a que pertenecen Xolalpan y Zacuala —puesto que caracterizan el Arcaico Superior y son las únicas presentes en el material de relleno de la pirámide del Sol (Noguera)— cabe preguntar si no se trata de un tipo físico cuya supervivencia tendría un sentido de imágenes de ancestros, por ejemplo.
![]() Figura 3. Tipo clásico con tocado |
El estudio ha denunciado que, salvo excepciones, ellas se dividen en dos grupos: las de cabeza rapada, a veces con mechones diversamente dispuestos; y las que llevan el tocado de bandas que sobrepasan más o menos la frente (fig. 2).
Sabemos por Sahagún que la cabeza rapada y los mechones distinguían a los Pochtecas y a algunas clases de sacerdotes. Por lo que respecta al tocado en bandas, debe hacerse notar la curiosa circunstancia de que, en el tipo clásico, está exclusivamente asociado a un personaje con los brazos amarrados, a veces pintado de amarillo, del cual hemos exhumado diez ejemplares (fig. 3). ¿Qué pueden representar estos seres recostados y rígidos como muertos —de muerte real o simulada en vista de algún ritual de iniciación?. Sea como sea, el hecho es que las figurillas con prognatismo marcan, por una parte, sacerdotes y peregrinos; por la otra, cuerpos que parecen cadáveres.
![]() Figura 4. La diosa Xochiquetzal |
Es también posible que el tocado de Xochiquetzal (fig. 4) perpetúa, embellecidas de plumas, las bandas de las graciosas criaturas arcaicas (fig. 5) Para no volver sobre ello, observemos la presencia, en todos los niveles estratigráficos de Zacuala, de figurillas femeninas planas, con o sin niño, con prognatismo o no, llevando invariablemente el quexquémel en triángulo o derecho.
![]() Figura 5. Figurillas del tipo Teotihuacan II |
Si no nos equivocamos, la representación física tendría un sentido determinado. Esta hipótesis parecería apoyada por la existencia de un tipo negroide ligado al simbolismo del mono y de un mongoloide portador de signos que pertenecen a una unidad simbólica cierta, pero cuyo sentido se nos escapa. Hay también jorobados cuyo papel, a juzgar por sus imágenes, debía ser el mismo que en los tiempos de Moctezuma; y cabezas deformadas, sin duda artificialmente, con un probable fin cultural.
![]() Figura 6. El Pochteca |
c) Los Pochtecas
La mayoría de las figurillas, clásicas o arcaicas, se presentan con la cabeza rasurada, a veces hendida en forma de corazón. Pertenecen a personajes descarnados, con cuerpos plenos de dinamismo y cuyas manos, semicerradas, parecen haber dejado escapar algo (fig. 6). Varias razones nos llevan a creer que podría tratarse de Pochtecas, esos peregrinos que, a semejanza de Quetzalcóatl, partían en busca del País del Sol.
Sus físicos y sus atuendos corresponden a esa condición: desnudos como ellos, tienen la cabeza rapada porque "... un día antes de su marcha trasquilaban los cabellos...9. Sus cuerpos en movimiento evocan fuerza interior que los arranca a la facilidad contidiana y la densidad de su expresión recuerda que la meta del peregrinaje terrestre era adquirir un rostro que no reflejase más que el espíritu de las cosas. En fin, son magros porque, lo hemos visto, los Pochtecas hacían voto de pobreza.
![]() Figura 7. Peregrinos teotihuacanos |
Otros indicios apoyan nuestra suposición. Por ejemplo, las encontradas guardando todavía el objeto original, empuñan un bastón. El báculo es el signo mismo del Pochteca, compañero inseparable de sus andanzas, es bajo este aspecto que se rinde siempre homenaje a su divinidad. En cuanto al disco que mantiene una de las manos, podría representar un abanico, el otro instrumento consagrado del viajero.
Por otra parte, los sellos nos revelan un personaje físicamente parecido a estas figurillas y marcado con las mismas particularidades (fig. 7): desnudo, la cabeza rapada, apoyándose sobre un bastón en actitud de marcha.
Existe, en fin, una última correspondencia entre los datos arqueológicos y los textos. Como lo expresa el poema a Xochiquetzal, diosa del amor, ésta era la protectora de los pochtecas:
"El mercader, el de la región de las cuevas, el mercader, lleva a cuestas a Xochiquetzal, allá en Cholula impera..."10
![]() Figura 8. "El mercader ... lleva a cuestas a Xochiquetzal" |
Entre las figurillas de Teotihuacán, hay una de tipo particularmente atractivo (fig. 8). Individuos con características de peregrinos, el torso hueco formando un nicho en el interior del cual se encuentra una imagen femenina precisamente con el tocado de Xochiquetzal. Otra figura proporciona una prueba suplementaria: su cabeza está ornada por ojos en rombos y líneas verticales que forman el jeroglífico del dios del Fuego.
Sabemos en efecto que, en ciertas solemnidades, éste compartía con Quetzalcóatl la veneración de los pochtecas.11
CONCLUSION
Así como se han mencionado los diversos tipos de figurillas descubiertas en Zacuala, rostros humanos, tipos arcaicos, pochtecas, así sería también posible pasar a ocuparnos de las muñecas, figurillas con peinados elaborados, figurillas de diosas, de animales, etc. Lo expuesto aquí basta para mostrar el punto central que se trata de poner de manifiesto en este artículo: los textos nahuas son el mejor complemento que aclara y explica el oculto sentido de lo que va descubriendo la arqueología. De este modo, los investigadores de los antiguos textos de la cultura náhuatl y los arqueólogos, trabajando en estrecho contacto y colaboración, podrán ir descubriendo los secretos de la gran cultura que tuvo su origen en la ciudad de los dioses, en Teotihuacán.
Notas:
1 El presente estudio constituye parte del informe de la autora acerca de sus trabajos en Zacuala (Teotihuacán), que próximamente será publicado bajo el título: Un Palacio en la Ciudad de los Dioses, por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.
2 "Huehuetlatolli, Documento A.", publicado por Ángel María Garibay, en Tlalocan, t. I, p. 38-39; AP I, 41.
3 Miguel León-Portilla: La Filosofía Náhuatl, estudiada en sus fuentes, Instituto Indigenista Interamericano, 1956, p. 328.
4 Ibíd., p. 200.
5 Ibíd., p. 316.
6 Códice Matritense de la Real Academia, ed. facsimilar de don Feo. del Paso y Troncoso, vol. VIII, fol. 118 r. y 118 v.; AP I, 8. En Miguel León-Portilla, obra citada, p. 72.
7 Códice Matritense de la Real Academia, vol. VIII, fol. 118 v.; AP I, 9. En León-Portilla, obra citada, p. 80.
8 S. Linné, Archeological Researches at Teotihuacan, México, Stockholm, 1934, p. 40.
9 Sahagún, B.: Historia General de las Cosas de Nueva España, tomo II, p. 111.
10 Véase Ángel María Garibay K.: Veinte Himnos Sacros de los Nahuas, Seminario de la Cultura Náhuatl, U. N. A. M., 1958, p. 157.
11 Sahagün, B.: Obra citado. Tomo II, pp. 112 y 129.