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Tihuanacu. La cuna del hombre americano.
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Exordia Rerum (Introducción) |
Hace treinta años se publicó el primer tomo de esta obra, la que en aquel entonces tuvo una gestación anterior de más o menos catorce años. Ahora sale a la luz la obra total, que es el resultado de estudios, puede decirse, de toda una vida.
Al primer tomo se le dio entonces el nombre de: "Una Metrópoli Prehistórica en la América del Sud . .. ". En los treinta años de la nueva gestación que siguieron a aquella publicación, hubo un espacio amplio de tiempo para viajar y excavar, para meditar y practicar estudios locales muy prolijos en aquel terreno y en otros puntos de las Américas; ahora ha llegado el momento de entregar al público estudioso de las Américas el material así allegado y las conclusiones deducidas, bajo el nombre que en verdad le corresponde y lo caracteriza, que es:
"Tihuanacu, la Cuna del Hombre Americano"
Temerario, o quizás sólo insensato, sería dar a este trabajo tan orondo y pomposo título, que encierra la afirmación de lo que se pretende plantear, si no hubiera verdaderas, muy bien meditadas razones y estudios, como también ciertos coeficientes que caracterizan esta obra y que justifican su portada.
Hasta ahora se ha estudiado con bastante prolijidad la interesante cultura prehistórica norteargentina y especialmente el formidable patrimonio que los antiguos dejaron en el Gran Perú, Centroamérica, México y los Estados Unidos, pero no se ha encontrado la base, la estructura o, vale decir, la "escalera ascensional" que conducía al relativamente alto grado cultural en que hallaron los conquistadores europeos a los pueblos de este hemisferio a su "nueva llegada" y decimos "nueva" ya que América había sido anteriormente visitada por europeos, como con toda evidencia se comprobó con los últimos estudios y hallazgos. En cambio, muy superficialmente se ha investigado la gran civilización que hubo, miles de años hace, en el gran "Plateau" encerrado entre los Andes, hoy situado a gran altura sobre el nivel del mar, que en épocas lejanas tuvo las condiciones elementales y adecuadas para que allá generaran, engendraran y prosperaran considerables contingentes humanos, es decir, donde la lucha por la existencia no era tan dura, por lo cual pudo desarrollarse allá una vida estable, es decir, sedentaria, que a su vez permitiera el proceso del perfeccionamiento de un arte eminente, adecuadas costumbres morales, leyes sociales y métodos agrícolas bastante elevados que tuvieron como base a su vez una ciencia astronómica muy desarrollada.
Pero nada es durable; las grandes civilizaciones se desmoronan y nuevas surgen, algunas veces muy inferiores y en ocasiones superiores a las anteriores, y así pasó con la urbe de "Tihuanacu" la que al llegar en tiempos muy remotos casi a la cumbre de la civilización de entonces, descendió rápidamente, ya que por motivos geológicos desmejoró el ambiente y vino la agresión climática y la emigración de estos pueblos a otras partes donde encontraban nuevamente buen clima, es decir, facilidades de alimento.
Entonces estos emigrantes, con el bagaje cultural que traían, hicieron que la cultura y su dogma se extendieran por todas las partes del hemisferio donde no existía aquella, "agresión climática" que puso en la mano del hombre altiplánico el cayado, para obligarlo a andar y andar hasta hallar sitios adecuados para establecerse nuevamente y gozar de los frutos de su trabajo. Así, una de las dos razas—recalco esta palabra razas,— que habían formado allá en aquella época, en aquel rincón escondido entre los Andes, en el corazón de las Américas, el más importante centro prehistórico del mundo de entonces, migró en parte al Brasil, en parte a la Argentina, Chile, el Perú, Ecuador, Colombia, y de allí a Centro-América, México y aun hasta al Norte de Arizona.
En cada sitio hallaron pueblos autóctonos, con los que se mestizaron en parte, amalgamándose al mismo tiempo también su civilización con la local, pero ... quedando también absorbidos ellos y su civilización por el más numeroso elemento del lugar. Así se produjo la conquista por el conquistado.
Tihuanacu, sin duda era el "Aztlan" de los mexicanos y Tihuanacu era el sitio donde, usando como idea fundamental las "terrazas agrícolas escalonadas" para racionales e intensos cultivos de la tierra, se originó el "Signo escalonado" símbolo y emblema de culto y de cultura, de religión y ética, que representa para las Américas lo que significa para los pueblos de la cristiandad en Eurasia la "Cruz del Redentor." Este signo, este "Leit-motiv" de la civilización prehistórica americana, no es un "Voelkergedanke, no es una idea que pudo haber generado al mismo tiempo en varios sitios independiente y aislada de otras, donde la hallamos. Este signo nació y generó en un solo punto en América, de donde se esparció y en donde poco tiempo después se perdió hasta la noción de su significado como SIMBOLO DE CIELO Y TIERRA", quedando y transmitiéndose de generación en generación, ya únicamente como motivo decorativo.
Este símbolo lo hallamos como substratum en todos los sitios de la América prehistórica, pero en algunos otros, como en México y en la América del Norte, aun vive en los recientes dibujos del indio.
América no es un nuevo mundo como nos han enseñado nuestros Ex-Amos los Europeos; las Américas no han sido pobladas con la venida de un mísero elemento aportado por el Estrecho de Behring o desde Oceanía, como muy sapientes e ilustres hombres de allende el océano alegan y afirman con tanto afán. La misma edad que en Europa y Asia tiene el género humano, la tiene también en las Américas, y del mismo punto de donde ha inmigrado a Europa y Asia este elemento, ha inmigrado a las Américas, es decir, de la región donde generaron y evolucionaron, de uno o más grupos prehumanos, las dos razas primigenias. Estas ostentan, cuando relativamente puras, ciertos signos somáticos imborrables.
De ellos a su vez se han formado por mestización todos aquellos grupos raciales que se han venido llamando hasta ahora e indebidamente: "Razas". Dejemos a un lado a los pueblos negros, ya que en el desarrollo morfológico del género humano se hallan en la edad de niños. De ellos, quizá algún día, en otra ocasión nos ocuparemos.
Allá en el Planalto boliviano, encerrado entre los dos Andes, aun encontramos en ciertos sitios, relativamente puros, restos insignificantes de aquellas dos razas primigenias, de las cuales se formó la población americana, razas cuyos cráneos, poniéndolos al lado de los cráneos de las dos razas primigenias euroasiáticas, no presentan diferencias esenciales, es decir: el enorme elemento mongoloide,—hoy en gran parte Eslavo-mongoloide— de un lado, y del otro lado, el elemento que se ha venido llamando del "Asia central" (La parte extremo sudoccidental de Asia, que incluye el Asia Menor, Armenia, Persia, Siria, Palestina, Mesopotamia y Arabia; y en un sentido mis restringido, el Asia Menor, Siria y Palestina.). De estos elementos, aun primigenios, se formaron, tanto por mestización cuanto por una larga intermixión, una infindiad de grupos raciales o diremos mejor "tipos" de los cuales ciertos antropólogos que son parte interesada en una política suigèneris en Alemania han querido traer por los cabellos una infinidad de "razas puras." Ellos guían en la actualidad al pueblo alemán, y son conducidos a su vez por su sumo pontífice Hans Guenther, con sus cardenales como Kynast y otros.
El hombre es mucho más antiguo en el mundo de lo que la ciencia actual supone. Con más o menos el mismo semblante que tiene ahora, vivía ya en la época terciaria. Pero ciertos antropólogos europeos se niegan a reconocerlo así porque no se han encontrado hasta ahora en estratos terciarios EJEMPLARES FOSILES del hombre verdadero como si fuera necesario hallar al "hombre fósil" para poder afirmar que ha existido con más o menos nuestro semblante en el plioceno! Es necesario recalcar aquí que la fosilización es una casualidad, una mera excepción o coincidencia conexa con ciertas condiciones geológicas y químicas del suelo. En la inmensa mayoría de los casos, tales condiciones no existen. Un niño de escuela sabe que el esqueleto de un ser viviente de cualquier especie zoológica desaparece la mayoría de las veces, y conforme a la constitución de sus huesos, después de pocos siglos, o en el mayor de los casos, después de pocos miles de años, y que sólo se conservan esqueletos relativamente intactos de aquellos seres que han tenido rarísima suerte de haber sido sepultados por la naturaleza en un ambiente geológico especial que facilitaba o producía la fosilización. Esta buena fortuna de haber sido cubierto con el manto de la naturaleza favorecedor de la fosilización, no la ha tenido el hombre de Folsom en Norte América. Por eso, sólo se han encontrado los artefactos que usó cuando vivía.
Si todos los seres de la naturaleza hubieran tenido esta misma suerte, entonces nuestro planeta tendría, encima del suelo actual, una capa del grosor del más alto edificio de Nueva York. Hay que desistir de exigir el hallazgo de un hombre fósil del terciario como condición para afirmar que el hombre haya vivido más o menos con el mismo soma en el plioceno. Tampoco es tan esencial buscar al hombre fósil del principio del cuaternario, y nos concretaremos para el estudio morfológico del hombre, con los raros ejemplares que hay en los grandes museos y los pocos que se encuentren más adelante. Estos se encontrarán por casualidad, en terrenos que tuvieron las especiales condiciones químicas para que el hueso se fosilizase. Sin embargo de lo expuesto, en lo que se refiere a encuentros o factores palpables de que el hombre haya vivido en masa en la región interandina en época muy remota, y a pesar de que casi no se han buscado en una forma sistemática restos antiguos en aquella región, hay que continuar la búsqueda, ya que el hombre tuvo allá muy alta cultura en una época en que en Eurasia el hombre aún desconocía el uso del fuego y se vestía con pieles aun no curtidas, de animales salvajes.
No obstante lo anterior, halláronse en la región interandina osamentas humanas que demuestran principios de fosilización y fosilización verdadera. Algunos de ellos se encontraron juntamente con la osamenta de una fauna extinguida hace larguísimo tiempo. Pero refiriéndonos nuevamente a los despojos humanos, es un hecho incontrovertible que en terrenos con cierta proporción de humedad, desaparecen las materias óseas en pocos siglos, y por ello en el famoso Tihuanacu no se hallaron osamentas en los estratos muy profundo, es decir muy antiguos, que albergan la cultura más remota del hombre de los Andes.
Es así que debemos contentarnos por el momento con lo que existe y con lo que podemos palpar en las Américas, ya que no hay ni motivo ni imperativo que nos obligue a seguir buscando cementerios con sepulcros de grandes masas de esqueletos humanos y procedentes de épocas muy lejanas.
El hombre no podía haber venido en masa en época geológicamente reciente, diremos en una época interglacial, por el Estrecho de Behring o acaso navegando desde Oceanía, para formar la gran población —mayor de 40 millones de habitantes— que hubo en la América mucho antes de la Conquista, ya que de unos pocos inmigrantes que hayan podido efectivamente llegar por mar o por tierra, no pudieron haber generado aquellas grandes masas humanas. Habríanse necesitado centenares de miles de años para que aquellos pocos ejemplares humanos se reprodujeran sin interrupción y formaran estos millones de pobladores de un altísimo estado cultural como aquel que, desde épocas inmemoriales, existía en las grandes altiplanicies de las Américas.
No hubo falta de "espacio vital" en la enorme Asia, ni "agresión climática" que obligara a grandes contingentes humanos a migrar, ni hubo —sit venia verbo— ferrocarriles y trasatlánticos como hoy, para trasladar el fantástico número de pobladores con sus familias y enseres en busca de mayores recursos en un supuesto Edén, un mundo mejor que podían haberse imaginado, con mayores facilidades de alimento, que era el único imperativo que obligaba al hombre prehistórico a migrar.
Hay que pensar hoy ya con más lógica, basándose en la realidad, en hechos palpables y no en mitos engendrados por viajes del dedo sobre un "mapa mundi". Es así que con estas palabras preliminares presentamos al público culto de las Américas nuestro trabajo, fruto de casi medio siglo de labor sobre el terreno, trabajo que acaso constituya la primera palada de tierra que se desbaste del terreno que cubre el origen de los Americanos y especialmente en lo que se refiere "Cuna de la cultura del hombre en este hemisferio."
Arthur Posnansky. (1944)
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