La Pipa Sagrada. Alce Negro

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Prólogo de Joseph Epes Brown

Después de estudiar durante años la gran cantidad de material existente acerca de las naciones indias de América del Norte, gran parte del cual está escrito por los propios indios, quedé convencido de que muchos de sus viejos sacerdotes poseían todavía una elevada sabiduría.

Sin embargo, esta sabiduría a menudo queda oscurecida para nosotros a causa del carácter singular de sus tradiciones; a causa de su, diríamos, genio polisintético, que concede una gran importancia a los diversos aspectos del mundo de la Naturaleza.

La Pipa Sagrada Pero en esta afirmación y uso de las muchas formas de la Naturaleza siempre hallamos la idea de la Unidad y de la Trascendencia divinas. El indio, por tanto, no es un "pagano" ni un "idólatra", sino que sabe que el Gran Espíritu es infinito y que, por consiguiente, incluye en Sí mismo todas las posibilidades, de modo que todas las formas son funciones o reflejos de Él, quien en su esencia es siempre uno.

Pipa SagradaCon el fin de comprobar que esta sabiduría era conocida y comprendida de un modo integral por al menos los viejos sacerdotes de los indios, emprendí un viaje que iba a durar varios años y que me llevó a conocer muchas naciones indias de América del Norte.

Dediqué la mayor parte de estos años a los indios de las llanuras, pues creía desde hacía tiempo que estos pueblos eran en cierto sentido los aristócratas de los indios, ya que sus ancianos poseían unas cualidades y unos niveles de espiritualidad que raramente se encuentran en el mundo de hoy. Para aprender de estos pueblos uno debe vivir efectivamente con ellos, debe cazar y viajar con ellos, y compartir todos los aspectos de su vida; y el que lo haga se vera inmensamente recompensado, porque incluso hoy, en sus vidas de una a menudo gran pobreza material, se encuentran todavía, en el ritmo de su sociedad y en la belleza de las formas de su antigua cultura, aquellas grandes cualidades por falta de las cuales, el mundo moderno se está empobreciendo a pesar de su opulencia material.

Durante mi estancia con los indios de la reserva de Pine Ridge, tuve la extraordinaria fortuna de hallar a un anciano sacerdote de los sioux ogalala, Alce Negro (Hehaka Sapa), quien me pidió que me quedara con él para recoger una relación sobre su antigua religión; este anciano sabía que pronto iba a morir, y no quería que estos conocimientos sagrados, muchos de los cuales él era el único depositario, desaparecieran con él.

Así pues, viví con Alce Negro durante ocho meses en el invierno de 1947-48, y a lo largo de este período registré diariamente lo que me contaba, y además de lo que aprendí me beneficié grandemente del hecho de compartir la noble vida de su familia y de sus muchos amigos.

Alce Negro ya no está vivo, pero éste es su libro, y tengo la esperanza de que, gracias a él, seguirá viviendo, y que aquellos que lo lean comprenderán mejor lo que constituyó el centro y la vida misma de este gran pueblo.

Encontré a muchos ancianos de gran santidad entre los indios, pero en Alce Negro había un poder espiritual único, y estoy seguro de que esto era reconocido por todos los que tuvieron la oportunidad de conocerle. Alce Negro nació a principios de la década de los sesenta del pasado siglo, y por tanto conoció los días en que su pueblo recorría las llanuras cazando el bisonte y luchó contra los hombres blancos en el Little Big Horn y en Woundad Knee Creek. Era primo del gran jefe-sacerdote Crazy Horse (Caballo Loco), y conoció a Sitting Bull (Toro Sentado), Red Cloud (Nube Roja) y a American Horse (Caballo Americano).

Aunque no hablaba inglés, tuvo ocasión de observar bien el mundo del hombre blanco, pues viajó con Buffalo Bill a Italia, Francia e Inglaterra, donde danzó
ante la Reina Victoria. Pero, ya fuera cazando, viajando o luchando, Alce Negro no era como los demás hombres. En su juventud fue instruido en el sagrado saber de su pueblo por grandes sacerdotes, entre los que se contaban Whirlwind Chaser (Cazador del Torbellino), Black Road (Camino Negro) y el sabio Elk Head (Cabeza de Alce), de quien aprendió toda la historia de su antigua religión.

Con este conocimiento, Alce Negro rezó y ayunó mucho, y gracias a ello se convirtió en un hombre sabio que recibió muchas visiones y un poder especial destinado a ser empleado para el bien de su nación. Esta misión obsesionó a Alce Negro durante toda su vida y le causó mucho sufrimiento, pues, aunque había recibido el poder de guiar a su pueblo por el sendero sagrado de sus antepasados, no veía por qué medios debería hacer realidad la visión.

Creo que ésta es la razón por la que Alce Negro deseaba hacer un libro que explicara la religión de los sioux, pues tenía la esperanza que, gracias a este libro, su pueblo, así como los hombres blancos, obtendría una mejor comprensión de la belleza y la verdad de su antigua religión.

Alce Negro pertenecía al grupo ogalala de los dakotas teton, una de las ramas más poderosas de la gran familia sioux. Sioux es en realidad el nombre genérico aplicado a numerosas tribus que tienen un origen común y hablan una misma lengua; incluye las siguientes naciones, clasificadas según la lengua: assiniboin, crow, dakota, hidatsa, iowa, kansa, mandan, missouri, omaha, osage, oto, y ponca.

A lo largo de sus migraciones y guerras con las tribus vecinas, los dakotas (los aliados) se dividieron en siete ramas, constituyendo lo que llamamos Siete Fuegos del Consejo (Otchenti Chakowin): los ogalala, minneconjou, ochenopa (Dos Marmitas), unopapa, brûlé, blackfeet-sioux, y los sans arc.

Según la antigua historia que conocí a través de Alce Negro, y según los documentos de los primeros viajeros y misioneros, en el siglo XVI los dakotas estaban establecidos en las fuentes del Missippi, y en el XVII fueron expulsados de Minnesota hacia el oeste por sus poderosos enemigos, los chippewas. Al abandonar los bosques y los ríos, los dakotas sustituyeron la piragua por el caballo con notable facilidad, y en el siglo XIX eran conocidos y temidos como una de las naciones más poderosas de las llanuras; en efecto, estos sioux dakotas fueron quizá los que, de todas las tribus indias, ofrecieron una mayor resistencia a la expansión de los blancos hacia el oeste.

Este libro contiene múltiples datos que los indios, hasta estos últimos tiempos, se habían abstenido de divulgar porque estimaban, y con razón, que estas cosas son demasiado sagradas para ser comunicadas a cualquiera; en nuestros días, los pocos viejoss abios que viven aún entre ellos dicen que, al aproximarse el fin de un ciclo, cuando en todas partes los hombres se han vuelto ineptos para comprender y, sobre todo, para poner en práctica las verdades que les fueron reveladas en el origen —lo que tiene por consecuencia el desorden y el caos en todos los terrenos—, está entonces permitido, y es incluso deseable, sacar este conocimiento a la luz del día; pues la verdad se defiende por su propia naturaleza contra la profanación, y es posible que llegue así a aquellos que están cualificados para penetrarla profundamente y son capaces, gracias a ella, de consolidar el puente que debe construirse para salir de esta edad oscura.

Esta historia de la Pipa sagrada de los sioux fue transmitida oralmente por el precedente "guardián del Calumet", Hehaka Pa (Elk Head: Cabeza de Alce), a tres hombres: de los tres, Hehaka Sapa (Alce Negro) era el único que aún quedaba en vida en la época en que estuvimos con los sioux.

Cuando Elk Head confió esta historia sagrada de los sioux a Alce Negro, le dijo que debía ser "transmitida de generación en generación, pues, mientras sea conocida y el Calumet esté en uso, nuestro pueblo vivirá; pero, a partir del momento en que se olvide, nuestro pueblo ya no tendrá un centro y perecerá".

Ésta es la razón por la que hacemos votos para que este libro ayude en cierta medida, por débil que sea, a preservar este centro de una noble nación, muchos de cuyos miembros, aún hoy y a pesar de una presión terrible, están resueltos a salvaguardar estos ritos antiguos que les fueron revelados al principio por el Gran Espíritu.

En las notas hemos establecido incidentalmente concordancias con otras tradiciones con el fin de evidenciar la universalidad y la ortodoxia —o la verdad intrínseca— de la tradición de los sioux, y con el fin de mostrar que ésta, que de hecho coincide con la de la mayor parte de los indios de América del Norte, posee los elementos de una verdadera espiritualidad.

Ya es hora de que los indios de América vuelvan a tomar conciencia de sí mismos, de su patrimonio espiritual y de su civilización, pues hace ya demasiado tiempo que la verdadera naturaleza de su antigua sabiduría viene siendo falsificada en los libros, ya sea por simple ignorancia, o por la influencia de todo tipo de prejuicios.

Conviene señalar que los ritos descritos en este libro por Black Elk corresponden a sus prototipos originales, de modo que presentan en ciertos aspectos una diferencia bas tante considerable con respecto a las formas más complicada —pero no indispensables— que estos ritos han podido tomar ulteriormente.

A los lectores que deseen conocer más de cerca al santo varón que nos ha dictado este libro, les recomendamos la excelente obra de John G. Neihardt, Black Elk Speaks (Nueva York, William Morrow, 1932).

Con excepción de las que mencionan otra fuente, todas las notas concernientes a la tradición de los sioux provienen directamente de Black Elk y, en ocasiones, también de su amigo Little Warrior, hombre notable que nos ayudó en más de un aspecto.

Deseamos expresar nuestra gratitud, en primer lugar, al hijo de Alce Negro, quien nos sirvió de intérprete. Gracias a él disfrutamos de la oportunidad excepcional de tener un intérprete que comprendiera perfectamente el inglés y el lakota y que, además, estuviera familiarizado con la sabiduría y los ritos de su pueblo; en efecto, la carencia de estos dos conocimientos es principalmente lo que ha originado tantos escritos llenos de graves errores acerca de los indios.

Para las palabras indias utilizaremos en este libro la ortografía internacional convencional, en la que las consonantes se pronuncian como en inglés y las vocales como en italiano, salvo para los sonidos extraños a estas dos lenguas, los cuales se transcriben de un modo aproximado o indicativo.


JOSEPH EPES BROWN
Southwest Harbor, Maine, agosto de 1953.


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