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La Pipa Sagrada. Alce Negro
4. Hanblecheyapi: La imploración de una visión |
La imploración de una visión —hanblecheyapi—, al igual que los ritos de purificación del inipi, fue practicada mucho antes de la venida a la tierra del Calumet. Este modo de oración es muy importante; es, en cierto modo, el centro de nuestra religión y gracias a él hemos recibido muchos favores, tales como estos cuatro grandes ritos: la danza del sol, el parentesco, la prepar ación de la joven, el lanzamiento de la pelota.
Todo hombre puede implorar una visión; en los días de antaño, hombres y mujeres imploraban constantemente. Lo que así se obtiene depende en parte del carácter del que implora; en efecto, sólo los hombres verdaderamente cualificados reciben las grandes visiones, y éstas son luego interpretadas por nuestros hombres santos; dan fuerza y salud
a nuestra tribu.
Cuando alguien desea implorar, es muy importante que solicite la ayuda y los consejos de un hombre santo —wichasha wakan 1—, a fin de que todo se cumpla de un modo correcto, pues si las cosas no se hacen según las reglas, puede ocurrir alguna desgracia; podría, por ejemplo, aparecer una serpiente y enrollarse alrededor del implorante.
Todos habéis oído hablar de nuestro gran jefe y sacerdote Tashunko Witko, Caballo Loco; pero probablemente no sabéis que su gran poder le venía sobre todo de la imploración que practicaba varias veces al año, incluso en invierno, con un clima muy frío y muy duro. Recibió las visiones del Peñasco, de la Sombra, del Tejón, del Caballo que se encabrita —de ahí su nombre—, del Día y también de Wambali Galeshka, el Águila Moteada; y recibió de todas estas visiones mucho poder y santidad 2. Muchas razones pueden incitar al hombre a retirarse a la cumbre de una montaña paraimplorar. Algunos han obtenido visiones cuando eran niños y sin esperarlo 3; en este caso, van a implorar para comprenderlas mejor.
Imploramos también cuando deseamos aumentar nuestro valor con vistas a una gran prueba, como la danza del sol, o para prepararnos para partir por el sendero de la guerra. A veces se implora para pedir algún favor al Gran Espíritu, como la curación de un pariente; imploramos también para dar gracias al Gran Espíritu por algún don que nos ha concedido. Pero la razón más importante para implorar es, sin duda, que ello nos ayuda a darnos cuenta de nuestra unidad con todas las cosas, a comprender que todas las cosas son nuestros parientes y entonces, en su nombre, rogamos al Gran Espíritu que nos dé el conocimiento del Sí mismo, Él que es la fuente de todo y que es más grande que todo.
Nuestras mujeres también imploran, después de haberse purificado en la cabaña de sudar; otras mujeres les ayudan, pero ellas no van a una montaña elevada y desierta; se retiran a una colina del valle, puesto que son mujeres y necesitan protección.
Cuando un indio desea implorar, acude con un Calumet cargado a un hombre santo; entra en la tienda sosteniendo el cañón derecho y se sienta frente al anciano que será su guía. El implorante pone luego el Calumet en el suelo con el cañón dirigido hacia sí mismo, pues es él quien desea adquirir el Conocimiento. El hombre santo eleva entonces las manos hacia el Gran Espíritu y después hacia las cuatro Direcciones, y tomando el Calumet pregunta al hombre qué desea. «Deseo implorar y ofrecer mi Calumet al Gran Espíritu. Tengo necesidad de tu ayuda y de tus consejos, y deseo que envíes una voz por mí a las Potencias de lo alto.»
A lo cual el anciano responde: «¡How! Está bien», y los dos salen de la tienda; después de andar un poco, se detienen y se encaran al Oeste; el joven está a la izquierda del hombre santo. La gente que se halla en las cercanías se une a ellos. Todos levantan la mano derecha, y el anciano reza, al tiempo que dirige el cañón del Calumet hacia el cielo. «¡Hi-ey-Hey-i-i!», dice cuatro veces, y luego continúa: «¡Abuelo Wakan-Tanka, Tú eres el primero, y Tú has sido siempre! Todas las cosas Te pertenecen. Tú eres quien ha creado todas las cosas. Tú eres singular y único, y nosotros Te enviamos una voz. Este joven que está aquí presente se halla en dificultades y desea ofrecerte el Calumet. ¡Te pedimos que le ayudes! Dentro de pocos días Te ofrecerá su cuerpo. Pondrá sus pies sobre la Tierra sagrada, nuestra Madre y Abuela, conforme al misterio.
Todos los poderes del mundo, el cielo y los pueblos de estrellas, y los días sagrados rojo y azul, todas las cosas que se mueven en el Universo, en los ríos, los arroyos, las fuentes, todas las aguas, todos los árboles que se yerguen y todas las hierbas de nuestra Abuela, todos los pueblos sagrados del Universo: ¡escuchad! Este joven pedirá un parentesco sagrado con todos vosotros a fin de que sus generaciones futuras crezcan y vivan según el misterio.
¡Oh Tú, Ser alado de donde el sol se pone, Tú que velas por nuestro Calumet venerable, ayúdanos! ¡Ayúdanos a ofrecer este Calumet al Gran Espíritu para que dé su bendición a este joven!»
Entonces los demás gritan: «¡How!», y se sientan en círculo en el suelo. El anciano ofrece el Calumet a las seis Direcciones, lo enciende y lo da primero al muchacho que va a implorar; éste lo ofrece con una plegaria, y todos los que forman el círculo fuman de él.
Cuando el Calumet se ha fumado del todo, es devuelto al hombre santo, quien lo limpia, lo purifica y lo entrega de nuevo al joven preguntándole cuándo desea implorar; entonces se escoge el día.
2
Cuando llega el día elegido, el muchacho que va a implorar sólo, va vestido con su piel de bisonte, su taparrabos y sus mocasines; acude, llorando, con su Calumet a la tienda del hombre santo. Así que entra, pone su mano derecha sobre la cabeza del anciano, diciendo: «¡Unshimala ye! ¡Ten misericordia de mí!» Pone luego el Calumet frente al hombre santo y pide su ayuda. El anciano responde: «Todos sabemos que la Pipa está llena de misterio, y con ella tú has venido llorando. Quiero ayudarte, pero deberás acordarte siempre de lo que voy a decirte; en los inviernos futuros, procederás según las instrucciones y los consejos que te daré. Puedes implorar de uno a cuatro días o incluso más, si lo deseas: ¿cuántos días eliges?»
«Elijo dos días.»
«¡Bien! He aquí lo que debes hacer: primero construirás una cabaña de sudar, en la que nos purificaremos, y para esto debes seleccionar doce o dieciséis sauces pequeños. Pero antes de cortar los sauces, no olvides hacerles una ofrenda de tabaco, y cuando estés ante ellos, dirás: “Hay muchas especies de árboles, pero os he escogido a vosotros para que me ayudéis. Voy a arrancaros, pero otros vendrán en vuestro lugar.” A continuación, llevarás estos árboles al lugar en el que construiremos la cabaña. Reunirás piadosamente piedras y salvia, y harás un haz de cinco bastones largos, y también otros cinco haces de doce bastoncillos que serán empleados como ofrendas. Dejarás estos bastones apoyados en el lado Oeste de la cabaña de sudar hasta que estemos listos para purificarlos. También necesitaremos rollos de tabaco de los arikara, kinnikinnik, una tabla para cortar el tabaco, una piel de gamo para envolver las ofrendas de tabaco, hierba aromática, un saco de tierra sagrada, un cuchillo y un hacha de piedra. Deberás procurarte estos objetos tú mismo, y cuando estés preparado nos purificaremos. ¡Hechetu welo!»
Cuando se ha construido la cabaña de purificación y se han reunido todos los utensilios, el hombre santo entra en ella y se sienta al Oeste; el implorante entra a continuación y se sienta al Norte; luego un ayudante entra y se sienta al Sur del anciano. Traen entonces a la cabaña una piedra fría que se coloca en el lado Norte del altar central, donde el hombre santo la purifica con una breve oración; luego el ayudante vuelve a llevarla al exterior. Es la primera piedra destinada al hogar perpetuo —Peta Owihankeshni—, que se ha instalado al Este de la cabaña.
Al Este del altar central, en la cabaña de purificación, el ayudante rastrilla la tierra y deposita una brasa en aquel lugar. Entonces el hombre santo camina en círculo hacia el Este e, inclinándose sobre el ascua, coge un poco de hierba aromática y ora así:
«¡Oh Abuelo Wakan-Tanka, míranos! Sobre la tierra sagrada he puesto esta hierba que Tú has creado. El humo que sube desde la tierra y el fuego pertenecerá a todo lo que se mueve en el Universo: a los cuadrúpedos, a los volátiles, y a todo lo que existe. ¡Te darán su ofrenda, oh Wakan-Tanka! ¡Queremos consagrarte todo cuanto tocamos!»
En el momento en que se pone la hierba aromática sobre el ascua, los otros dos hombres de la cabaña exclaman: «¡Hay ye! ¡Gracias sean dadas!», y cuando el humo sube, el hombre santo se frota las manos en él y a continuación las pasa por su cuerpo; el implorante y el ayudante se purifican de la misma manera con el humo de misterio. El saquito de tierra también se purifica y los tres hombres vuelven a ocupar su sitio al Oeste; todos los desplazamientos se hacen en el sentido del movimiento del sol. La tierra purificada se extiende cuidadosamente con un movimiento circular en el interior de la cavidad central, y este gesto se hace lenta y respetuosamente, pues esta tierra representa a todo el Universo.
El ayudante da luego un bastón al hombre santo, quien se sirve de él para señalar cuatro emplazamientos alrededor de la cavidad, al Oeste, al Norte, al Este, al Sur; luego dibuja una cruz, una de cuyas líneas va de Este a Oeste y la otra de Norte a Sur; y esto es particularmente sagrado, pues esta cruz establece los cuatro grandes Poderes del Universo, así como el centro en el que reside el Gran Espíritu. En este momento entra un ayudante que trae una brasa sobre un bastón ahorquillado; camina lentamente, se detiene cuatro veces, y a la cuarta vez pone el carbón en el centro de la cruz.
El hombre santo, sosteniendo un poco de hierba aromática sobre el ascua, ora así: «¡Abuelo y Padre mío Wakan-Tanka, Tú eres todo, todas las cosas Te pertenecen! Voy a poner tu hierba sobre este fuego. Su olor Te pertenece.»
Entonces el anciano baja lentamente la hierba aromática hacia el fuego. El ayudante coge el Calumet y, desplazándose con él en el sentido del movimiento del sol, lo da al hombre santo, que ora así:
«¡Oh Wakan-Tanka, mira tu Calumet! Lo sostengo sobre el humo de esta hierba. ¡Oh Wakan-Tanka!, mira también este emplazamiento consagrado que hemos hecho. Sabemos que su centro es tu morada. Las generaciones caminarán por este círculo. Los cuadrúpedos, los bípedos, los volátiles y los cuatro Poderes del Universo contemplarán este lugar, que es el tuyo.»
El hombre santo sostiene el Calumet en el humo, dirigiendo el cañón primero hacia el Oeste y luego hacia el Norte, el Este, el Sur y el Cielo; después toca la Tierra con el pie de la Pipa. Purifica todos los objetos rituales y confecciona unos saquitos de tabaco queata al extremo de los bastones de ofrendas.
El venerable anciano está ahora sentado al Oeste; coge la tabla para cortar el tabaco y comienza a cortar y a mezclar el kinnikinnik. Primero evalúa cuidadosamente la capacidad del Calumet, pues debe hacer el tabaco justo para llenar la cazoleta, no más. Cada vez que corta una brizna de tabaco la ofrece a una de las Direcciones del mundo y se toma mucho cuidado en que ninguna caiga de la tabla, cosa que encolerizaría a los Seres del Trueno. Cuando ha terminado la mezcla, el anciano coge el Calumet con la mano izquierda y, levantando una pizca de kinnikinnik con la mano derecha, reza así:
«¡Oh Wakan-Tanka, Padre y Abuelo mío, Tú eres el primero y siempre has sido! Mira a este muchacho cuya alma está turbada. Desea avanzar por el sendero sagrado; él quiere ofrecerte este Calumet. ¡Sé misericordioso con él y ayúdale! Los cuatro Poderes y todo el Universo serán colocados en la cazoleta del Calumet, y entonces este joven Te lo ofrecerá con la ayuda de los seres alados y con todas las cosas. «El primero a colocar en el Calumet eres Tú, ¡oh Poder alado del lugar donde se pone el sol! Tú y tus guardianes sois antiguos y estáis llenos de misterio. ¡Mira! Hay un lugar para Ti en el Calumet. ¡Ayúdanos con tus dos días sagrados rojo y azul!»
El hombre santo pone este tabaco en el Calumet y levanta a continuación otro poco hacia el Norte, donde vive el gigante Wazia: «¡Oh Poder alado del lugar donde el gigante tiene su tienda, de donde vienen los vientos purificadores y fuertes: hay un lugar para Ti en el Calumet; ¡ayúdanos con los dos días sagrados que Tú posees!»
El Poder de esta Dirección es introducido en el Calumet y un tercer pellizco de tabaco se dirige hacia el Este: «¡Oh Tú que estás allí donde sale el sol, que guardas la luz y das el Conocimiento, este Calumet va a ser ofrecido al Gran Espíritu; Tú también hallarás un lugar en él; ayúdanos con tus dos días sagrados!»
El Poder del Este es introducido del mismo modo en el Calumet y se eleva un poco de tabaco hacia el Sur, el lugar hacia el que nos volvemos siempre. «¡Oh Tú que controlas los vientos sagrados y que vives en el lugar hacia donde nos volvemos siempre, tu soplo da la vida; de Ti vienen nuestras generaciones y hacia Ti van. Este Calumet va a ser ofrecido al Gran Espíritu; hay en él un lugar para Ti! ¡Ayúdanos con los dos días sagrados que Tú posees!»
De esta manera los Poderes de las cuatro Direcciones han sido introducidos en la cazoleta del Calumet, y el anciano levanta ahora un poco de tabaco hacia el Cielo; es para Wambali Galeshka, el Aguila Moteada, que está por encima de todas las cosas creadas y que manifiesta directamente al Gran Espíritu.
«¡Oh Wambabi Gateshka, Tú que das vueltas por los cielos más elevados, Tú ves todo lo que hay en el cielo y en la tierra. Este muchacho va a ofrecer este Calumet al Gran Espíritu con el fin de obtener el conocimiento. Ayúdale, así como a los que, por tu mediación, envían sus voces al Gran Espíritu. Hay un lugar para Ti en este Calumet; danos tus dos días sagrados rojo y azul!»
Con esta plegaria, el Aguila Moteada es introducida en la cazoleta de la Pipa; después el anciano tiende una pizca de tabaco hacia la Tierra orando así: «¡Oh Unchi e Ina, nuestra Abuela y Madre, Tú estás llena de misterio! Sabemos que nuestros cuerpos han venido de Ti. Este muchacho desea llegar a ser uno con todas las cosas; desea adquirir conocimiento. Por el bien de todas las criaturas, ¡ayúdale! Hay un lugar para Ti en el Calumet; danos tus dos días sagrados rojo y azul.»
Así, la Tierra, que ahora está realmente presente en el tabaco, es introducida en la Pipa, y de esta manera los seis Poderes del Universo se han convertido en Uno. Pero, a fin de que todos los pueblos del mundo, sin excepción, sean incluidos en el Calumet, el hombre santo ofrece pequeñas semillas de tabaco para cada uno de los pueblos alados siguientes: «¡Oh tú, pájaro que vuelas en los dos días sagrados; tú que crías tan bien a tu familia, ojalá nosotros crezcamos y vivamos de la misma manera! Este Calumet pronto será ofrecido al Gran Espíritu. Aquí hay un lugar para ti. ¡Ayúdanos!»
Con una plegaria idéntica, se ofrecen y se introducen en la Pipa pequeñas semillas de tabaco para la alondra de los prados, el mirlo, el pájaro carpintero, el pájaro de nieve, el cuervo, la urraca, la paloma, el halcón, el gavilán, el águila calva, y lo que queda de tabaco es ofrecido por el bípedo que va a implorar ofreciéndose a sí mismo al Gran Espíritu.
A continuación el Calumet se sella con grasa, pues el implorante lo llevará consigo cuando vaya a la cumbre de la montaña, y allí lo ofrecerá al Gran Espíritu; pero no fumará antes de haber terminado la imploración y de haberse reunido de nuevo con el hombre santo.
Todas las varas y todos los pertrechos, ya purificados, se dejan fuera de la cabaña, al Oeste. Los tres hombres salen y se preparan para el inipi, y se quitan sus vestidos con excepción del taparrabos. Todo aquel que esté presente está autorizado a participar en este rito de purificación.
3
El implorante es el primero en entrar en la cabaña de sudar; después de dar la vuelta a la cabaña imitando el movimiento del sol, se sienta al Oeste. Coge su Calumet, que fue dejado allí; después se desplaza en el sentido del movimiento del sol sosteniendo la Pipa con el cañón vuelto hacia el Este; conservará esta posición durante la primera parte del rito. El hombre santo entra a continuación y, pasando por detrás del implorante, se sienta al Este, justo al lado de la puerta. Todos los que desean tomar parte en el rito ocupan entonces el espacio que ha quedado libre y dos hombres se quedan fuera en calidad de ayudantes.
Uno de los ayudantes llena un Calumet del modo ritual y lo entrega al hombre que está sentado a la izquierda del implorante. La piedra que anteriormente ha sido purificada es introducida con un bastón ahorquillado, pues está muy caliente; esta piedra se deja en el centro del hoyo consagrado. Luego se pone una segunda piedra al Oeste, en el mismo hoyo, y las otras se ponen al Norte, al Este y al Sur. Durante esta operación, el que tiene el Calumet toca todas las piedras con el pie de la Pipa y en el mismo momento todos exclaman: «¡Hay ye! ¡Hay ye!» Luego el Calumet se enciende, se ofrece al Cielo, a la Tierra y a las cuatro Direcciones, y se fuma por turno. A medida que pasa de mano en mano, cada hombre se dirige a su vecino llamándole por su grado de parentesco, y cuando todos han fumado, dicen a coro: «¡Mitakuye oyasin! ¡Todos somos parientes.» El que ha encendido el Calumet lo vacía y deja las cenizas sobre el altar central; después de haberlo purificado, lo tiende a su vecino de la izquierda, quien lo hace pasar fuera de la cabaña. El ayudante lo carga de nuevo, y lo pone sobre el montículo sagrado con el cañón dirigido hacia el Oeste. Se cierra la puerta, y el hombre santo, sentado al Este, empieza a rezar en la oscuridad:
«¡Mira! ¡Todo cuanto se mueve en el Universo está aquí!» Esto es repetido por todos, y para terminar, todos exclaman: «¡How!» Después grita cuatro veces: «¡Hi-ey-hey-i-i!», y también cuatro veces: «¡Wakan-Tanka, Abuelo, míranos! ¡Oh Wakan-Tanka, Padre, míranos! En esta gran isla hay un hombre que dice querer ofrecerte un Calumet. Hoy cumplirá su promesa. ¿A quién enviaría una voz, sino a Ti, Wakan-Tanka, Abuelo y Padre nuestro? ¡Oh Wakan-Tanka, este hombre Te pide que seas misericordioso con él! Dice que su pensamiento está turbado y que tiene necesidad de tu ayuda. Al ofrecerte esta Pipa, ofrecerá todo su cuerpo y toda su alma. Ha llegado el momento; pronto irá a un lugar elevado y allí implorará para conseguir tu ayuda. ¡Sé misericordioso con él! ¡Oh vosotros, los cuatro Poderes del Universo, vosotros, alados del aire, y todos los pueblos que se mueven en el Universo, todos habéis sido colocados en el Calumet. Ayudad a este muchacho con el conocimiento que el Gran Espíritu os ha dado. Sed misericordiosos!
¡Oh Wakan-Tanka, permite que este joven tenga parientes!; que no sea más que uno con los Cuatro Vientos, los cuatro Poderes del Mundo, y con la luz del alba. Que comprenda su parentesco con todos los pueblos alados del aire. Pondrá sus pies sobre la tierra sagrada de la cumbre de una montaña; que pueda recibir, allá en lo alto, la sabiduría; ¡que sus generaciones futuras permanezcan conformes al misterio! ¡Todas las cosas Te dan gracias, oh Wakan-Tanka! Tú que eres misericordioso y que nos ayudas a todos. Pedimos de Ti todo esto, sabiendo que Tú eres el Único y que tu poder se extiende sobre todas las cosas.»
Mientras se vierte un poco de agua sobre las piedras ardientes, todos los hombres cantan:
¡Abuelo, envío una voz!
¡A los cielos del Universo, envío una voz
Para que mi pueblo viva!
Mientras los hombres cantan esto y el vapor asciende, el implorante solloza, pues se humilla al pensar en su nulidad en presencia del Gran Espíritu 4.
Al cabo de unos instantes, un ayudante abre la puerta y el implorante abraza entonces su Calumet poniéndoselo sobre un hombro y después sobre el otro, y suplicando sin cesar al Gran Espíritu: «¡Ten piedad de mí! ¡Ayúdame!» Este Calumet pasa de mano en mano y todos lo abrazan y lloran como el implorante. De este modo pasa fuera de la cabaña, y los ayudantes también lo abrazan; a continuación lo colocan sobre el montículo con el cañón hacia el Este; ésta es la Dirección en que se halla la Fuente de la luz y del conocimiento.
El segundo Calumet, que debe ser empleado en el rito de purificación y que estaba sobre el montículo con el cañón hacia el Oeste, es introducido entonces en la cabaña y entregado a la persona sentada inmediatamente a la izquierda del implorante. Esta Pipa es encendida y después todos los miembros del círculo fuman de ella; luego se la saca al exterior. A continuación se hace circular agua y el implorante es autorizado a beber de ella tanta como desee, pero debe tener cuidado en no derramar ni una gota, ni al suelo ni sobre su cuerpo, pues esto provocaría la cólera de los Seres del Trueno que custodian las aguas sagradas y que podrían aparecérsele por la noche mientras implora. El hombre santo le dice que se frote el cuerpo con salvia; la puerta se cierra de nuevo, y un hombre venerable que ha tenido una visión dice una oración:
«Sobre esta piedra llena de misterio, los Seres del Trueno se han mostrado misericordiosos conmigo: me han dado un poder proveniente del lugar donde vive el gigante Wazia. Se me apareció un águila. Ella te verá también cuando vayas a implorar una visión. Desde el lugar donde sale el sol me enviaron un águila calva; también ella te verá. Desde el lugar hacia el que siempre nos volvemos, me enviaron un ser alado. Han sido muy misericordiosos conmigo. En las alturas del Cielo hay un Ser alado que está cerca del Gran Espíritu: es el Aguila Moteada, y también ella te mirará. Te contemplarán todos los Poderes y la Tierra sagrada sobre la que estás. Ellos me han indicado un buen camino a seguir en esta Tierra; ¡ojalá puedas tú también conocer esta vía! ¡Aplica tu espíritu a comprender el significado de estas cosas, y verás! Es así, ¡no lo olvides! ¡Hechetu welo!»
Entonces este anciano canta:
Ellos me envían una voz.
Desde el lugar donde se pone el sol
Nuestro Abuelo me envía una voz.
Desde el lugar donde se pone el sol
Me hablan cuando vienen.
La voz de nuestro Abuelo me llama.
Este Ser alado que está en el lugar donde vive el Gigante
Me envía una voz; me llama.
¡Nuestro Abuelo me llama!
Mientras el anciano canta se vierte agua sobre las piedras, y después de unos momentos de silencio en medio de la oscuridad y del vapor caliente y oloroso, se abre la puerta, y el aire fresco y la luz llenan la pequeña cabaña. De nuevo se retira la Pipa del montículo y se entrega, en la cabaña, al hombre que está sentado al Norte. Después que se ha fumado, se vuelve a colocar en el montículo con el cañón dirigido hacia el Este. Se cierra la puerta, y esta vez es el hombre santo sentado al Este el que reza:
«¡Oh Wakan-Tanka, observa cuanto aquí hacemos y Te pedimos! Oh Tú, Poder del lugar donde el sol se pone, Tú que controlas las aguas: con el soplo de tus aguas este joven se purifica. Y también vosotras, oh piedras de una edad inmemorial que ahora nos ayudáis, ¡escuchad! Estáis firmemente fijadas en esta tierra; sabemos que los vientos no pueden moveros. Este joven va a enviar una voz y a llorar para obtener una visión. Vosotras nos ayudáis dándole una parte de vuestro poder; vuestro soplo lo purifica. ¡Oh Fuego eterno del lugar donde sale el sol!, contigo este muchacho gana en fuerza y lucidez. ¡Oh árboles!, el Gran Espíritu os ha dado el poder de permanecer en pie. Que este joven pueda siempre tomaros como ejemplo; que pueda vincularse firmemente a vosotros. ¡Qué así sea! ¡Hechetu welo!»
De nuevo todos cantan; al cabo de un rato se abre la puerta y se entrega el Calumet al hombre santo sentado al Este, quien lo enciende, da unas bocanadas y lo hace circular por todo el grupo. Cuando el tabaco se ha consumido, el ayudante toma la Pipa y la coloca otra vez en el montículo, con el cañón dirigido hacia el Sur. La puerta del inipi se cierra por última vez, y entonces el hombre santo dirige su oración a las piedras:
«¡Oh vosotras, piedras antiguas!, estáis llenas de misterio, no tenéis orejas ni ojos, y sin embargo veis y oís todas las cosas. Gracias a vuestros poderes este muchacho se ha vuelto puro y digno de partir para recibir un mensaje del Gran Espíritu. Pronto los hombres que guardan la puerta de esta cabaña sagrada la abrirán por cuarta vez y veremos la luz del mundo. Tened piedad de los hombres que guardan la puerta. ¡Que sus generaciones sean benditas!»
Se vierte agua sobre las piedras que todavía queman y, después que el vapor ha llenado toda la cabaña durante un rato, se abre la puerta y los hombres exclaman: «¡Hi ho! ¡Hi ho! ¡Gracias sean dadas!»
El implorante es el primero en abandonar la cabaña y, llorando sin cesar, va a sentarse en el sendero ritual, frente al montículo en que descansa la Pipa. Uno de los ayudantes recoge la piel de bisonte purificada y la pone sobre los hombros del implorante; otro toma la Pipa y la presenta al muchacho, que ahora está preparado para ir a una alta montaña a implorar una visión.
4
Se traen tres caballos; en dos de ellos se cargan los palos de las ofrendas y cierta cantidad de salvia; el implorante monta en el tercero, llorando que da lástima y sosteniendo ante sí su Calumet. Cuando llegan al pie de la montaña, los dos ayudantes se adelantan con todos los pertrechos para preparar en la cima el emplazamiento ritual: avanzan en la dirección que les aleja más deprisa del campamento y van directamente al sitio que han escogido como centro; allí descargan los pertrechos.
Comienzan haciendo un hoyo en el suelo, en el que depositan un poco de kinnikinnik; luego clavan allí una larga vara, en cuyo extremo han atado las ofrendas. Uno de los ayudantes da diez largos pasos hacia el Oeste y clava allí otra vara, en la que sujeta unas ofrendas. A continuación regresa al centro, donde coge otra vara, que va a clavar al Norte; luego vuelve al centro. De modo semejante, clava una vara al Este y otra al Sur. Mientras tanto, el otro ayudante ha estado ocupado en preparar en el centro un lecho de salvia en el que el implorante, en sus momentos de fatiga, podrá reposar apoyando la cabeza en la vara central y extendiendo los pies hacia el Este. Cuando todo está terminado, los ayudantes abandonan el sitio sagrado por el camino del Norte y se reúnen con el implorante, que espera al pie de la montaña.
El implorante se quita entonces los mocasines e incluso el taparrabos, pues, si deseamos sinceramente implorar, debemos ser pobres en bienes mundanos; y sube solo hasta la cima, sosteniendo su Calumet ante sí y llevando su piel de bisonte, que usará durante la noche. Mientras camina, llora y repite constantemente: «¡Wakan-Tanka unshimala ye oyate wani wachin cha! ¡Oh Wakan-Tanka, ten piedad de mí para que mi pueblo viva!»
Cuando llega al emplazamiento consagrado, se dirige hacia la vara central y mira hacia el Oeste; y, levantando su Calumet con las dos manos, continúa rezando entre lágrimas: «¡Oh Wakan-Tanka, ten piedad de mí para que mi pueblo viva!» A continuación se aproxima muy lentamente a la vara que está al Oeste; allí ofrece la misma plegaria y regresa al centro. Del mismo modo, va hasta la vara del Norte, la del Este y la del Sur, volviendo cada vez al centro; y después de cada uno de estos trayectos, eleva su Calumet al Cielo y pide a los seres alados y a todas las cosas que le ayuden, luego dirige el cañón hacia el suelo y pide la ayuda de todo cuanto crece sobre nuestra Madre.
Todo esto se cuenta en poco tiempo; pero el implorante debe ejecutarlo tan lentamente y de una manera tan solemne, que a menudo necesita una hora, o hasta dos, para hacer uno de estos trayectos. No puede desplazarse de ninguna otra manera; pero mientras recorre esta forma de cruz puede detenerse en cualquier punto del trayecto, y durante el tiempo que desee. Eso es lo que hace todo el día, orando sin descanso, ya sea en voz alta o silenciosamente en su interior, pues el Gran Espíritu está en todas partes y por consiguiente oye todo lo que hay en nuestros pensamientos y en nuestros corazones; no es necesario hablarle en voz alta. El implorante no está obligado a decir siempre la oración que he indicado; puede permanecer en silencio, concentrando toda su atención en el Gran Espíritu o en uno de sus Poderes.
Debe evitar cuidadosamente los pensamientos que le distraigan, pero, por otra parte, ha de permanecer despierto para reconocer a cualquier mensajero que el Gran Espíritu pudiera enviarle: estos mensajeros toman a menudo la forma de un animal, a veces tan minúsculo y aparentemente tan insignificante como una hormiga. Es posible que desde el Oeste venga hacia él un águila moteada, o desde el Norte un águila negra, o desde él Este un águila calva, o incluso, desde el Sur un pájaro carpintero de cabeza roja. Aun cuando al principio ninguna de estas aves le hable, tienen importancia y deben observarse. Si llega un pajarillo, o una ardilla, el implorante también debe fijarse en él. Quizá al principio los animales se mostrarán salvajes, pero pronto se volverán dóciles y los pájaros se posarán sobre los palos, e incluso habrá hormigas y orugas que se encaramen al Calumet. Todos estos pueblos son importantes, pues son sabios a su manera y pueden enseñarnos muchas cosas a nosotros, los bípedos, si adoptamos una actitud humilde ante ellos. De entre todas las criatur as, las más dignas de atención son las aves; son las que se hallan más cerca del cielo y no están atadas a la tierra como los cuadrúpedos o los pequeños pueblos reptantes.
Conviene señalar que no es algo gratuito el que los humanos seamos bípedos como las aves; pues veis que éstas abandonan la tierra con sus alas y que nosotros, los hombres, podemos también salir de este mundo, no con alas, sino con el espíritu. Esto os ayudará a comprender en parte por qué consideramos sagrados e importantes a todos los seres creados: toda cosa posee una influencia —wochanghi— que puede sernos dada y gracias a la cual podemos adquirir un poco más de comprensión si estamos atentos.
Durante todo el día el implorante envía su voz al Gran Espíritu para obtener su ayuda, y se desplaza siguiendo el sendero ritual en forma de cruz; esta forma tiene mucho poder: cada vez que volvemos al centro es como si volviéramos al Gran Espíritu, que es el centro de todas las cosas; y aunque podamos creer que nos alejamos de Él, debemos regresar a Él tarde o temprano, junto con todas las demás criaturas.
Al llegar la noche el implorante está muy cansado; hay que saber que no puede beber ni comer durante los días que consagra a implorar una visión. Puede dormitar en el lecho de salvia que le han preparado y debe apoyar la cabeza en la vara central, pues, aunque duerma, permanece así cerca del Gran Espíritu, y, con mucha frecuencia, las visiones más poderosas acuden durante el sueño. No se trata de sueños ordinarios, por el contrario: las visiones son mucho más reales y más intensas que los sueños; no provienen de nosotros mismos, sino del Gran Espíritu. Puede suceder que la primera vez que imploramos no recibamos ninguna visión ni ningún mensaje, pero debemos intentarlo a menudo; pues no debemos olvidar que el Gran Espíritu está siempre dispuesto a ayudar a quienes le buscan con un corazón puro. Por supuesto, mucho depende de la naturaleza del que implora, de su grado de purificación y de preparación.
A veces por la noche vienen los Seres del Trueno y, aunque sean terroríficos, nos hacen un gran bien poniendo a prueba nuestra fuerza y nuestra resistencia. Ellos también nos ayudan a darnos cuenta de cuan pequeños e insignificantes somos ante los Poderes inconmensurables del Gran Espíritu.
Me acuerdo de un día en que imploraba; un gran huracán venía del lugar en que se pone el sol, y yo conversaba con los Seres del Trueno que venían con el granizo, el trueno, los relámpagos y una lluvia abundante; por la mañana vi que el granizo estaba amontonado alrededor del emplazamiento sagrado, pero que éste se hallaba completamente seco. Creó que trataron de probarme. Y hubo una noche en que los malos espíritus vinieron a quitar las ofrendas de las varas, y oí sus voces bajo el suelo y a uno de ellos que decía:
«Ve a ver si implora.» Oí ruidos de carraca, pero ellos permanecían fuera del recinto sagrado y no podían penetrar en él, pues yo estaba decidido a no asustarme, y no cesaba de enviar mi voz al Gran Espíritu para tener su ayuda. Más tarde, en algún lugar bajo tierra, uno de los malos espíritus dijo: «Sí, ciertamente implora», y por la mañana vi que las varas y las ofrendas seguían en su sitio. Estaba bien preparado, como podéis ver, y no flaqueé, de modo que nada malo podía sucederme.
El implorante debe levantarse a mitad de la noche e ir hacia las cuatro Regiones, volviendo al centro cada vez y sin dejar de enviar su voz. Debe estar levantado con el lucero del alba y empezar caminando hacia el Este, dirigiendo el cañón de su Calumet hacia la estrella de misterio y pidiendo que le dé sabiduría; hace esta plegaria en silencio, en el fondo de su corazón, y no en voz alta. Así es cómo debe proceder el implorante durante los tres o cuatro días.
5
Al final de este período vienen los ayudantes con los caballos y llevan de nuevo al implorante con su Calumet al campamento; cuando llega, entra en el inipi que ha sido preparado para él. Se sienta al Oeste, teniendo constantemente el Calumet ante sí. El santo anciano que es su guía espiritual entra inmediatamente después y, pasando por detrás del implorante, va a sentarse al Este; los demás hombres ocupan el espacio que ha quedado libre.
La primera piedra ritual, que ya se ha calentado, es introducida en la cabaña y colocada en el centro del altar; las demás piedras se traen a continuación, tal como lo he descrito.
Todo esto se hace de una manera muy solemne, pero más rápidamente que antes, pues todos los hombres están impacientes por oír al implorante y por saber qué grandes cosas le han sucedido en la montaña. Cuando todo está a punto, el hombre santo dice al implorante: «¡Ho! Has enviado una voz al Gran Espíritu. Desde ahora este Calumet es muy venerable, pues el Universo entero lo ha visto. Has ofrecido este Calumet a los cuatro Poderes celestes; ¡lo han visto! ¡El Poder alado del lugar donde se pone el sol, que controla las aguas, te oirá! ¡Los árboles que están aquí presentes te oirán! Y también te oirá la Pipa muy sagrada que la tribu recibió; ¡dinos pues la verdad y asegúrate de que no inventas nada! Quizá incluso las hormigas minúsculas y las orugas vinieron para verte cuando, allá arriba, implorabas una visión. ¡Dínoslo todo! Nos has traído el Calumet que has ofrecido. ¡Se ha terminado! Y puesto que vas a llevarte a la boca este Calumet, nos dirás sólo la verdad. El Calumet es santo y lo sabe todo; no puedes engañarle. Si mientes, Wakinyan-Tanka, el Ave del Trueno que custodia el Calumet, te castigará. ¡Hechetu welo!»
El hombre santo se levanta entonces de su sitio del Este y, dando la vuelta a la tienda en el sentido del movimiento del sol, va a sentarse a la derecha del implorante. Delante de éste ponen unas costillas secas de bisonte sobre las que se coloca el Calumet con el cañón dirigido hacia el Cielo. El hombre santo saca de la cazoleta el sello de grasa y lo pone sobre las costillas de bisonte. Con una brasa que toma del fuego, enciende el Calumet y, después de ofrecerle a los Poderes de las seis Direcciones, dirige el cañón hacia el implorante, quien lo toca apenas con los labios. El hombre santo describe entonces un círculo con el cañón, fuma un poco, y lo acerca de nuevo a los labios del implorante. Luego vuelve a describir un círculo con el cañón y da todavía unas bocanadas. Esto se hace cuatro veces; después el Calumet pasa de mano en mano y todos los hombres fuman.
Cuando regresa a él, el hombre santo lo vacía golpeándolo cuatro veces en el montón formado por el sello de grasa y las costillas de bisonte, y luego lo purifica. Sosteniendo el Calumet ante sí, dice entonces al implorante:«Muchacho, hace tres días te fuiste de aquí con tus dos ayudantes, que construyeron para ti los cinco pilares del lugar consagrado. Dinos todo lo que te sucedió allí arriba después de tu partida. ¡No omitas nada! Hemos rezado mucho por ti al Gran Espíritu, y hemos pedido al Calumet que fuera misericordioso 5. ¡Dinos ahora lo que ha sucedido!»
El implorante contesta, y cada vez que dice algo importante, los hombres que están en la tienda exclaman: «¡Hay ye!» «He ido a la montaña, y después de penetrar en el recinto consagrado, he caminado hacia cada una de las cuatro Direcciones, regresando siempre al centro, como tú me enseñaste.
El primer día, mientras me hallaba de cara al lugar donde se pone el sol, vi un águila que volaba hacia mí, y cuando estuvo más cerca distinguí que se trataba de un águila moteada. Se posó en un árbol próximo a mí, pero no dijo nada; luego arrancó el vuelo hacia el lugar donde vive el gigante Wazia.»
A esto todos los hombres responden: «¡Hay ye!»
«Regresé al centro y fui hacia el Norte, y mientras estaba allí vi un águila que daba vueltas en lo alto; y cuando descendió hacia mí noté que era un águila joven, pero tampoco ella me dijo nada; y pronto se volvió y voló hacia el lugar al que siempre miramos.
Volví al centro, donde imploré y envié mi voz, y después me dirigí hacia el lugar donde sale el sol. Allí percibí algo que volaba en dirección a mí y pronto vi que era un águila calva, pero tampoco ella me dijo nada. Implorando constantemente, regresé al centro, y entonces, cuando iba hacia el lugar al que siempre miramos, vi un pájaro carpintero de cabeza roja posado en el palo de las ofrendas. Quizá me dio algo de su genio —su wochanghi—, pues oí que me decía en voz muy baja pero clara: “¡Wachin ksapa yo! ¡Estáte atento! Y no tengas miedo, pero no hagas caso de cualquier cosa mala que pudiera venir y hablarte”.»
Todos dicen entonces en voz alta: «¡Hay ye!», pues este mensaje del ave es muy importante.
El implorante continúa: «Aunque imploré y envié mi voz continuamente, esto es todo lo que vi y oí aquel día.
Llegó la noche y me acosté con la cabeza en el centro, y me dormí, y durante mi sueño oí y vi a mi pueblo y noté que era feliz. Me levanté en medio de la noche y anduve de nuevo hacia cada una de las cuatro Direcciones, regresando siempre al centro y enviando constantemente mi voz. Justo antes de que apareciera el lucero del alba visité de nuevo las cuatro Direcciones, y cuando llegué al lugar donde sale el sol, vi el lucero del alba y observé que al principio era rojo; luego se volvió azul, después amarillo y al final vi que era blanco; y en estos cuatro colores discerní las cuatro edades. Aunque esta estrella no me hablo, sin embargo, me enseñó mucho.
Me quedé allí, esperando que saliera el sol, y en el momento mismo de la aurora vi el mundo lleno de pequeños pueblos alados llenos de alegría. Por fin, salió el sol, trayendo su luz al mundo; comencé entonces a implorar y volví al centro, y allí me tendí, dejando mi Calumet apoyado en la vara central.
Mientras me hallaba acostado oí a toda clase de pequeños seres alados que estaban en las varas, pero ninguno de ellos me habló. Miré mi Calumet y vi dos hormigas que avanzaban por el cañón. Quizá deseaban hablarme, pero pronto se fueron.
A menudo, mientras imploraba y enviaba mi voz, se me acercaban pájaros y mariposas; una vez una mariposa blanca vino a posarse en el extremo del cañón del Calumet, agitando sus hermosas alas. Aquel día no vi grandes cuadrúpedos, sólo animales pequeños.
Justo antes de que el sol descendiera para irse a reposar, vi que las nubes se agrupaban, y vinieron los Seres del Trueno. El relámpago llenaba el cielo y el trueno era aterrador, y creo que hasta me asusté un poco. Pero sostuve mi Calumet levantado y seguí enviando mi voz al Gran Espíritu, y pronto oí otra voz que decía: “¡Hi-ey-hey-i-i! ¡Hi-eyhey- i-i!” Cuatro veces lo dijo, y entonces perdí todo el miedo, pues me acordé de las palabras del pequeño pájaro y me sentí lleno de coraje. Oí todavía otras voces que no pude comprender. Ignoro cuánto tiempo me quedé allí con los ojos cerrados. Cuando los abrí, todas las cosas eran muy brillantes, más brillantes aún que durante el día; y vi un gran número de hombres que venían hacia mí a caballo, todos montaban caballos de distinto color. Uno de los jinetes se dirigió a mí en estos términos:
“Muchacho, ofreces el Calumet al Gran Espíritu; ¡nos alegramos mucho de que lo hagas!” Esto es todo lo que me dijeron; después desaparecieron.
Al día siguiente, inmediatamente antes de que saliera el sol, y mientras visitaba las cuatro Regiones, vi el mismo pequeño pájaro carpintero de cabeza roja; se hallaba posado en la vara del lugar hacia el que nos volvemos siempre y me dijo más o menos lo mismo que el día anterior: “Amigo, estáte atento cuando camines!” Esto fue todo; y poco después los dos ayudantes vinieron a buscarme. Eso es todo cuanto sé. ¡He dicho la verdad y no he inventado nada!»
Así es como el implorante termina su relato. El hombre santo le da su Calumet, que él abraza y hace circular. Después un ayudante lo toma y lo coloca, con el cañón hacia el Oeste, en el montículo sagrado, al Este de la cabaña. Se introducen más piedras calentadas; se cierra la puerta y comienza el inipi. El hombre santo se pone a rezar y da gracias al Gran Espíritu: «¡Hi-ey-hey-i-i!», dice cuatro veces. Y luego: «¡Oh Abuelo Wakan-Tanka! Hoy nos has ayudado. Has sido misericordioso con este muchacho al darle el conocimiento y un camino que pueda seguir. ¡Has hecho feliz a su pueblo, y todos los seres que se mueven en el Universo se alegran!»
«Abuelo, este muchacho que Te ha ofrecido el Calumet ha oído una voz que le decía: ¡estáte atento cuando camines! Desea saber qué significa este mensaje; ahora hay que explicárselo. Este mensaje quiere decir que deberá siempre acordarse de Ti, oh Wakan-Tanka, cuando camine por el sendero sagrado de la vida, y que debe prestar atención a todos los signos que nos has dado. Si siempre actúa así, se convertirá en un hombre sabio y será un guía para su pueblo. ¡Oh Wakan-Tanka. ayúdanos a estar siempre atentos! 6
Este muchacho ha visto también las cuatro edades en esta estrella del lugar donde sale el sol. Son las edades por las que deben pasar todas las criaturas a lo largo de su viaje que va del nacimiento a la muerte. Todos los pueblos y todas las cosas deben pasar por estas cuatro edades.
Oh Wakan-Tanka, cuando este muchacho vio la aurora del día, vio como tu luz venía al Universo; es la luz de la sabiduría. Has revelado todas estas cosas porque tu voluntad es que los pueblos del mundo no vivan en las tinieblas de la ignorancia.
Oh Wakan-Tanka, Tú has establecido un parentesco con este muchacho, y con este parentesco comunicará vigor a su tribu. Los que estamos aquí sentados representamos a toda la nación y Te damos gracias, oh Wakan-Tanka. Elevamos ahora las manos hacia Ti y decimos: Oh Wakan-Tanka, Te damos gracias por este conocimiento y este parentesco que nos has dado. ¡Muéstrate siempre misericordioso con nosotros! Que este parentesco exista hasta el fin.»
A continuación todos los hombres cantan:
¡Abuelo, mírame!
¡Abuelo, mírame!
¡He sostenido mi Calumet y Te lo he ofrecido
Para que mi pueblo viva!
¡Abuelo, mírame!
¡Abuelo, mírame!
¡Te doy todas estas ofrendas
Para que mi pueblo viva!
¡Abuelo, mírame!
¡Abuelo, mírame!
¡Nosotros, que representamos a toda la nación,
Nos ofrecemos a Ti
Para que vivamos!
Después de este canto se vierte agua sobre las piedras y se prosigue el inipi de la manera que ya he descrito. Este joven que ha implorado una visión por primera vez se convertirá quizá en un hombre santo; si camina con el pensamiento y el corazón fijos en el Gran Espíritu y en sus Poderes, como se le ha enseñado, andará ciertamente por el sendero rojo que conduce a la bondad y a la santidad. Pero todavía deberá implorar una visión por segunda vez, y entonces los malos espíritus pueden tentarle; pero si es realmente un elegido resistirá firmemente y vencerá a todos los pensamientos dispersantes; será purificado de todo lo que es nocivo y podrá recibir entonces alguna gran visión que dará vigor a la nación. Si después de esta segunda lamentación todavía tiene dudas, que lo intente una tercera y aún una cuarta vez; y si permanece sincero y se humilla ante todas las cosas, recibirá ayuda con seguridad, pues el Gran Espíritu ayuda siempre a los que le imploran con el corazón puro 7.
Notas:
1 Traducimos wichasha wakan por «hombre santo» o «sacerdote» en vez de por «hombre-medicina», expresión incorrecta empleada en muchas obras sobre los indios. El término lakota que corresponde a médico» o «doctor» es en realidad pejuta wichasha. Para precisar claramente las cosas no podemos hacer nada mejor que citar la explicación dada por Espada, un sioux ogalalla, a J. R. Walker: «Wichasha wakan designa a un sacerdote lakota de la antigua religión; un hombre-medicina se llama, entre los lakotas, pejuta wichasha. Los blancos designan a nuestro wichasha wakan como hombre-medicina, lo cual es un error. Además, dicen que un wichasha wakan «hace medicina» (is making medicine) cuando lleva a cabo un rito. Esto también es un error. Los lakotas no llaman a una cosa «medicina» más que cuando se utiliza para curar a un enfermo o a un herido, y entonces el término exacto es “pejuta”». (Anthropological Papers of the American Museum of Natural History, vol. XVI, parte II, p. 152.).
2 El indio se identifica espiritualmente con la Cualidad cósmica —o divina— del ser o la cosa que se le aparece en una visión, ya sea un mamífero, un pájaro, uno de los elementos o cualquier aspecto de la creación. Para que este «Poder» nunca le abandone, el indio lleva siempre encima alguna forma material que representa al animal u objeto del que ha recibido su «Poder». Estos objetos a menudo han sido llamados «fetiches», lo cual es impropio, pues corresponden más precisamente a lo que los cristianos denominan «Ángeles de la guarda»; para el indio, los animales y todas las cosas inanimadas son los «reflejos» —en una forma material— de los Principios divinos. El indio no se ata a la forma como tal, sino al Principio que está en cierto modo «contenido» en la forma.
3 El propio Alce Negro recibió su gran visión cuando no tenía más que nueve años. Para una descripción de esta visión, ver Black Elk Speaks, cap. III.
4 Esta humillación por la que el indio se hace «más bajo que la más pequeña hormiga», como decía un día Alce Negro, equivale a lo que los cristianos llaman «humildad» o «pobreza»; es el faqr del sufismo o el bâlya del hinduismo; esta pobreza es la condición de los que se dan cuenta de que, en comparación con el Principio, su propia individualidad no es nada.
5 Cuando un hombre va a implorar una visión, es costumbre que sus parientes y amigos se reúnan en su tienda para cantar y rezar durante los días y las noches que dura su lamentación. Al menos una vez cada noche, todos salen y miran en silencio hacia el lugar en que se halla el implorante; observan con atención cualquier signo que pudiera aparecer en esa dirección; por ejemplo un relámpago, símbolo de la Revelación, se considera un signo particularmente favorable.
6 El mensaje «¡Estáte atento!» expresa muy bien un estado de espíritu característico de los indios; implica que en todo acto, en toda cosa, y en todo momento, el Gran Espíritu está presente, y que uno debe estar continua e intensamente «atento» a la Presencia divina. Esta presencia de Wakan-Tanka —y la consciencia que de ella se tiene— es lo que los santos cristianos han denominado «la vida en el momento», el «eterno ahora», o lo que en el Sufismo se designa con la palabra waqt, «instante», es decir, «instantaneidad espiritual». En lakota, esta presencia es denominada Taku Shkanshkan…, o simplemente Shkan en el lenguaje de los hombres santos. Citemos a este respecto la conversación siguiente entre un sacerdote lakota y J. R. Walkr: «¿Qué es lo que hace caer a las estrellas? Taku Shkanshkan… hace caer a todo lo que cae y moverse a todo lo que se mueve. Cuando hace un movimiento, ¿qué es lo que le hace moverse? Shkan. Cuando se lanza una flecha con un arco, ¿qué es lo que hace que se desplace en el aire? Shkan …Taku Shkanshkan da el espíritu al arco y le hace lanzar la flecha. ¿Qué es lo que hace subir al humo? Shkan. ¿Qué es lo que hace que el agua corra, en un río? Shkan. ¿Qué es lo que hace que las nubes se muevan por encima del mundo? Shkan. Algunos lakotas me han dicho que este Shkan es el Cielo; ¿es así? Sí. Shkan es un Espíritu, y el azul del cielo es todo lo que la humanidad puede ver de Él, pero está en todas partes? ¿Shkan es Wakan-Tanka? Sí.» (Anthropological Papers of the American Museum of National History, vol. XVI, p. 11.)
7 En nuestros días, algunos lakotas recurren a un ritual diferente del que se describe en este capítulo. Las mujeres establecen el recinto sagrado en la cumbre de la montaña preparando primero un lecho de salvia dispuesto en dirección Oeste-Este y que tiene una piedra como almohada; se colocan como ofrendas unas oriflamas azules, blancas, rojas y amarillas en las cuatro esquinas, que forman un rectángulo alrededor del lecho; en estos palos se sujetan a modo de ofrendas unas bolsas de tabaco. Tres largos cordones, en cada uno de los cuales se atan un centenar de saquitos de tabaco, se sujetan a las varas, del Sur al Oeste, del Oeste al Norte, y del Norte al Este, dejando así abierto el lado Sur; entonces se clava en el suelo, al frente de la almohada de piedra, un bastón de madera de cerezo que representa el árbol de vida y que tiene una pluma de águila en la punta. El implorante, que ha ayunado todo el día y que acaba de realizar los ritos de purificación, se acerca entonces al lugar; él y todas las personas presentes se vuelven hacia las cuatro Regiones y ofrecen una plegaria apropiada a cada una. A continuación entra en el recinto sagrado, con su Calumet y vestido tan sólo con su taparrabos y una manta; la cadena de saquitos de tabaco se cierra detrás de él y el implorante comienza a lamentarse, pidiendo ayuda al Gran Espíritu; y se queda en este recinto, orando sin cesar, durante un período que va de uno a cuatro días. No es raro que se le ate fuertemente de manos, brazos y pies, lo cual es una forma de sacrificio extremadamente penosa, pues incluso en verano las noches son muy frías en el Estado de Dakota.
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