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Batalla de los Pillán
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Las wangulén deseaban serlo pues él era el más resplandeciente de los antiguos pillán. Antu se decidió por Kuyén, la más luminosa de todas. Ella aceptó feliz pero muchas quedaron decepcionadas y descontentas.
Las wangulén despechadas criticaron con palabras duras y malvadas la elección de Antu, al comienzo en voz baja y entre ellas, pronto la efervescencia creció animadas por algunos pillán.
Peripillán era el que creaba más desorden en el Wenu Mapu, el es un espíritu muy luminoso y poderoso de color rojo como el fuego que incendia y transforma todo en brasa, como la sangre que da la vida.
Siempre había disputas entre Antu y Peripillán, que comprometían las luces y colores del Wenu Mapu; Peripillán envidiaba el color oro de Antu porque la llama no logra ennegrecerlo, y Antu el de su rival porque la llama reluce más que el oro en la oscuridad.
La armonía se había roto, lo que antes era un arco iris donde cada color tenía su justo lugar, era ahora un caleidoscopio desordenado. Esto no estaba en consonancia con el admapu (conjunto de tradiciones).
La consecuencia fue que los dos pillán se enfrentaron con todas sus fuerzas, los demás tomaron partido formándose dos bandos.
Muchos pillán y casi todas las wangulén estuvieron del lado de Peripillán. La lucha fue larga y violenta, el mapu (la tierra) fue sacudida, también Minche Mapu (la tierra de abajo) y el Ankawenu (espacio entre la tierra de arriba y la de abajo).
La lucha se extendía, los hijos de los espíritus antiguos ya eran mayores, y deseosos de ocupar el lugar de sus padres lucharon contra ellos.
Antu y Peripillán, enfurecidos agarraron a los hijos, que eran gigantes de sus cabelleras y los arrojaron hacia abajo, cayendo entre las nubes sobre la pedregosa tierra. Uno cayó del lado puelmapu (este) donde hoy está el lago Lácar, y otro en el lafkenmapu (oeste - lago de Lolog).
Sus macizos cuerpos al caer formaron grandes montañas, y como se hicieron pedazos, éstos se enterraron profundamente dejando sus huellas en el mapu.
Finalmente Antu fue el triunfador, ciego de ira y sediento de venganza, arrojó a los pillán derrotados al mapu, y los hundió en sus profundidades. Luego levantó piedras, rocas y montañas y las colocó sobre los sepultados, formando grandes cadenas de cerros, como Peripillán era el más poderoso sobre él colocó las rocas más grandes.
Pero todo ello no bastó para apagar la luz de Peripillán, la luz del fuego sigue existiendo, además cuando él o los otros pillanes se revuelcan tratando de salir de su encierro, el mapu entero se sacude con sus movimientos.
A veces sus cuerpos de llamas atraviesan las montañas hasta alcanzar las cumbres más elevadas, y por allí logran sacar un brazo o una mano y resbalan por las laderas como enormes culebras de fuego. Pero todo es inútil, al tiempo se apagan y se convierten en piedra.
Por su parte las wangulén, que con su envidia habían sido la causa inicial del revuelo, lloraban implorando perdón; tanto lloraban y tan numerosas eran, que sus lágrimas llegaron al mapu y empezaron a deslizarse por las montañas que cubrían los cuerpos de los pillanes, formando grandes lagos. Cuando las lágrimas cayeron en las cumbres más elevadas de las montañas, el frío las transformó en hielos eternos.
Conmovido por esta actitud, Antu decidió como castigo menor apagarle gran parte de la luz que poseían, ahora su relumbrar era pálido y tenue, y Kuyén no tiene rivales cuando Antu se oculta detrás de aquellos lugares que están más alla de donde termina el mapu.
Entre los cuerpos destrozados que se revolcaban en el mapu estaban también los propios hijos de Antu y Peripillán. Sus respectivas esposas se lamentaban y lloraban sin cesar. Antu decidió entonces que los dos cuerpos volvieran a llenarse de vida, pero no permitió que recuperaran su forma antigua. Así al hijo de Peripillán lo convirtió en una inmensa culebra llamada Kai-Kai Filu, y al propio en otra llamada Ten-Ten. Las dos fueran adversarias como sus padres, se convirtieron en un instrumento para cumplir la voluntad de los espíritus antiguos.
La lucha había revuelto el Minche Mapu y el Ankawenu, así los wekufe y los laftrache (espíritus malignos), antes confinados a la "tierra de abajo", recorren ahora el mapu.
El admapu se había quebrado, consecuentemente el universo no tenía armonía, se vendría el diluvio ...
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