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Pucllay
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Hoy es el héroe del carnaval. Del viejo dios de la chaya, de algún modo vivo bajo la ridícula apariencia actual, no queda más que una piltrafa: un pobre muñeco pintarrajeado y andrajoso montado en un burro o en un chivo, de pelo blanco, que no vive sino en orgías y a quien se carga toda la culpa del carnaval.
Su representación habría terminado aboliendo el carácter divino de sus orígenes, quedando finalmente el personaje, algo con fin en sí mismo.
Eric Boman afirma que: "...Pucllay no es una deidad o un ser mitológico..., es simplemente un personaje disfrazado de una manera especial, que divierte con sus chistes y sus bufonadas. Es el arlequín de los indios. El Pucllay es el inspirador de la embriaguez y el gozo...".
Preside el carnaval pero no con farsa, por la pasión y las lágrimas con que la nutre, resulta dolorosa y profundamente humana. Las características que encarna este personaje son las del dios que representa ya sin saberlo: alegre, socarrón, impertinente, dicharachero, un poco truhán pero bonachón, humilde y al servicio de los humildes, sin arranque alguno de soberbia.
Del viejo ritual quedan el ídolo, los coros, la vidalita acompañada por la caja chayera y el entierro ceremonial que bien podría simbolizar, en los tiempos anteriores el paso del solsticio de verano.
Su reinado es tan regocijante como efímero. Llega al comienzo del carnaval en jocosa cabalgadura, seguido por una multitud que ríe y canta al son de las cajas y los tamboriles indios, echándole almidón a la cara y acotándole el enharinado rostro con ramas de albahaca, mientras beben aloja y hacen estallar cohetes.
El Miércoles de Ceniza, después de tres días de francachelas, lo llevan en angarillas, a enterrarlo en las afueras del pueblo, entre mares de lágrimas, no tan fingidas, porque la tristeza es honda a esa hora. En su tumba echarán frutos, para que los duplique el próximo año.
En la memoria de los naturales ha quedado grabada la historia de una niña india: "Chaya", muy hermosa, que un día dolida de tristeza por su amor imposible hacia el joven príncipe de la tribu "Pucllay", desapareció en la alta montaña, convirtiéndose en nube. De allí la tradición popular rescató ambos vocablos:
Chaya o "Agua de Rocío" es símbolo de la perenne espera de la nube y la búsqueda ancestral del agua.
Pucllay, voz kakana que significa "jugar, alegrarse" personaliza a un héroe ridículo, que enamorado de la bella Chaya y desilusionado por no poder concretar su amor debido a la oposición de la tribu, se dedica a la borrachera hasta que un día muere quemado en el fogón de la fiesta.