Zupay

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Zupay Simboliza el mal en todas sus manifestaciones, la adversidad, el dolor y la miseria.

Según la mitología, el diablo ha encarnado alguna vez en cuerpo de hermoso mancebo, apareciéndose en un rancho para tentar a cierta mujer ingenua. En otra ocasión se ha mostrado como un gaucho rico y joven que visitó la selva en su caballo enjaezado de mágicos arreos.

Los nativos hablan igual del Duende, el enano travieso de la siesta, que recorre los senderos y asoma a la vecindad de los ranchos en busca de niños, que en algunos tiempos le fueron necesarios por sus huesecitos y tiernas carnes, para los preparados de hechicería.

Zupay es, no sólo el monarca de aquellas espesuras, sino el centro de su mitología del mal. Él preside la Salamanca, misteriosa caverna del bosque donde los hombres llegan a la posesión de las ciencias satánicas; él inicia a la bruja y otorga, sobre hipotecas del alma, extraordinarios poderes.

En Seres mitológicos argentinos, de Adolfo Colombres, leemos:

"Dos tradiciones se juntan para conformar el Súpay o Zúpay. Una de ellas arranca del Incario, donde fue reconocido como principio o genio del mal que reinaba en el Supaihuasin, inframundo situado en el centro ígneo de la Tierra. Era la encarnación de los misterios selváticos y causante de los maleficios, pestes, inundaciones, sequías y todo cuanto hiere la imaginación y horroriza. La otra vertiente fue la leyenda del origen oriental que en la Edad Media la Iglesia Católica convirtió en artículo de fe y objeto de infinitas especulaciones teológicas, y los heresiarcas en el eje de complejas ceremonias y cultos esotéricos. Me refiero al Diablo, Demonio, Lucifer, Luzbel, o el Maligno, también llamado entre nosotros Mandinga, Malo o Malu. Es el Señor de las Tinieblas, cuya lucha contra el bien se manifiesta en distintas clases de tentaciones que llevan todas a la caída. Es decir, a caer en sus manos, lo que equivale a arder eternamente en el fuego del infierno, con el que tanto aterrorizaron los misioneros a los indígenas.

El Súpay es multiforme en su caracterización, porque la complejidad de la fuente europea lo presenta así, y también, en nuestro caso, por su mismo origen mestizo. Entre nosotros parece preferir la forma humana, y especialmente la de un gaucho rico y apuesto que viste ropa fina y negra, con chiripá del mismo color. Lleva puñal, espuelas y rebenque de plata y oro, monta un caballo azabache de largas crines que flotan en el viento y muy enjaezado. También hay veces en que viste un cuero de oveja, sombrero aludo y una especie de túnica granadina, como el Súpay de Copacabana, en Santiago del Estero. Se presenta asimismo como un virtuoso payador que desafía a los más afamados practicantes del género (aunque en más de una ocasión sale derrotado de tales contiendas), como un viejo sabio campesino o un negro rotoso y hercúleo. Es común en el folklore americano relacionar a los negros con el Diablo, como la prueba que uno de sus nombres, Mandinga, designa a una etnia del África Occidental que fue bastante usada como sinónimo de negro. Lo curioso es que nunca se presente con la forma de un indio, acaso por ser éste quien moldeó la leyenda.

Suele aparecerse asimismo con la forma de un animal conocido, o más comúnmente como un híbrido de macho cabrío y hombre, con cuernos de chivatón, rostro de sátiro de larga pera y bigotes requemados, cuerpo muy velludo, piernas de chivo con impresionantes pezuñas y con una capa negra. A menudo se presenta también como un remolino, y hasta como un árbol.

Sus apariciones vienen precedidas por un ruido como de trueno o explosión de arma de fuego, y se da en medio de una llamarada que impregna el aire con un penetrante olor a azufre. Desaparece también entre una nube hedionda y amarillenta, tras cerrar trato con el hombre dispuesto a darle su alma a cambio de riquezas, amores o habilidades, ser derrotado en una payada o rechazado enérgicamente por aquel al que pretende tentar.

Prefiere la noche de los martes y viernes, que es cuando todos los seres infernales salen a cometer maldades y celebrar sus sangrientos y repugnantes ritos.

Su templo, entre nosotros, la Salamanca, gran cueva que se sitúa en la entraña de los cerros. En Santiago del Estero, donde no hay grandes montañas, la Salamanca es una misteriosa caverna emplazada en lo más espeso del monte. Allí se dan cita las brujas, y también los alumnos de esa universidad de las tinieblas, donde además de enseñarse la práctica de los maleficios que permiten arrastrar a las almas a su perdición, se instruye sobre toda suerte de arte, habilidad o destreza. Se sabe que más de un gaucho vendió su alma no para conquistar a una bella muchacha que lo desprecia, sino tan sólo para aprender el arte de la guitarra y el canto, convertirse en un buen jinete o ganar siempre en la taba. Al entrar, el neófito debe escupir un Cristo que se encuentra puesto cabeza abajo. En la Salamanca de Chilecito, según me refirió el pintor Pedro Molina, se exige también besarle el ano a un macho cabrío y dejarse abrazar por una gran boa. Los animales del Súpay son los sapos y escuerzos, las víboras, los perros negros, los cerdos, los machos cabríos, las mulas, las lechuzas y los quirquinchos. Sus cortesanas, las brujas, que no siempre son viejas horribles: las hay también jóvenes y bellas"

Para las actuales comunidades collas adopta formas diferentes según el sexo de la víctima. A las mujeres se les aparece como un gaucho de negro en un caballo blanco con apero de plata. Se las lleva, las posee y después ya no pueden llevar una vida normal.

Ante los hombres se presenta como una mujer toda de verde, con la pollera y el rebozo bien bordados y un sombrero con muchos flecos. Los posse y aturde, ya nunca podrán vivir tranquilos, se vuelven agresivos y actúan con otras personalidades.


Fuentes:

http://www.temakel.com